BOOKI

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domingo, 31 de enero de 2016

CUENTOS DE CARNAVAL





CARNAVAL EN EL BOSQUE ENCANTADO
Había una vez, un bosque encantado donde vivían juntos los gigantes y los enanos, los animales mansos y los voraces, los duendes y los ogros, las hadas y las brujas, los reyes más ricos y los leñadores más pobres.
En el bosque vivía el Rey Pinocho que no era de madera, ni había mentido nunca y no tenía la nariz larga .Pinocho era un padre muy ocupado en la educación de sus hijos; deseaba que fueran felices, porque si eran felices de niños, lo serían de grandes y con ello se garantizaría que no hubiera gente enojada que se pelea haciendo la guerra porque está aburrida.

La esposa del Rey Pinocho era la Reina Caperucita a quién no la había engañado el lobo ni se la tragó, como dicen los cuentos. Caperucita era una mamá que tenía hijos muy chiquitos que no eran enanos sólo eran chiquitos y seguidos; parecían una escalerita de siete peldaños.
Los siete hermanos jugaban en el palacio y se peleaban como todos los hermanos pero siempre estaban de acuerdo en ir a la "Escuela mágica".Querían ser magos.
Su papá les prometió que si estudiaban, les regalaría una gran carpa de circo que ubicarían en el parque del palacio.
La escuela estaba llena de varitas, capas, pañuelos, palomas, conejos y grandes maestros, que de magia sabían muchísimo. Los chicos practicaban todos los días lo que aprendían y divertían a los amigos y vecinos.
¡Bravo!...iBravo!... Gritaba la multitud, cuando en un pase mágico, convertían al Lobo Feroz en una pequeña Hormiguita Viajera.
iOtra!.iOtra!.iOtra! Cuando hacían desaparecer a la madrastra de Cenicienta y la convertían en el Patito Feo.
iUna más!....iUna más!... i Una más!..... Cuando el Gigante Egoísta se convertía en el Príncipe Valiente.
Lo más genial, fue el gran pase mágico que convirtió al Bosque en una selva repleta de animales de todo tipo y tamaño. Como les pareció poquísimo, con otro pase, hicieron aparecer miles de disfraces, caretas, antifaces para que cada animal se disfrazara de lo que quisiera.
El problema, es qué, en el Bosque nadie sabe quien es quién y, están esperando, que algún chico muy observador, descubra los disfraces y los animales que lo llevan.
Y Colorín Colorado el carnaval ha empezado en el BOSQUE ENCANTADO. 

CARNAVAL EN EL ZOO

Los días en el zoológico eran lentos y aburridos. Cuando los chicos los visitaban encontraban bestias bostezando, holgazaneando y con un humor de humanos.

Se acercaba Carnaval y al león, autodeclarado Rey de los Animales, se le ocurrió hacer algo para levantar el ánimo del bicherío.

-¡Un baile de disfraces! - propuso con una garra al aire. Llamó a los monos, que solían escapar de su jaula y vagar por el lugar sin que nadie les dijera nada-. Inviten a  todos a la fiesta -ordenó-. La condición: venir disfrazado de otro animal. Habrá premios para el más original, el más divertido y elegiremos Reina y Rey del Carnaval del Zoo!

A los monos les encantó. Y alborotados se fueron a dispersar la invitación por jaulas y recintos. A medida que el bestiaje se fue enterando, confirmó su presencia y dejo de lado bostezos, Holgazanería y mal humor. En cambio, se ocuparon de crear y confeccionar el mejor disfraz de animal que puede usar un animal.

Llegó el día del baile. No faltaba ninguno, aunque ninguno era a simple vista quien parecía. Había que tener ojo de lince para descubrir cuál era cuál.

EL camello se guardó las jorobas vaya uno  a saber dónde, se pintó de verde y pasó como un cocodrilo perfecto. El rinoceronte estaba encantado bajo la piel del zorrino, pero se había vaciado diez frasquitos de colonia para no quedarse sin pareja de baile. Veintidós monos tití, uno encima del otro, pintados de amarillo y con dos barquillos en la cabeza del último eran una jirafa divina.

El papagayo, disfrazado de puma, puso un disco y con la música se armó el bailongo. Bajo una lluvia de maní y lechuga, la primera pareja en salir a la pista fue la de la boa constrictora disfrazada de gorila y el canguro enfundado en un traje de ardilla. Se bailó milonga, roca y chotis.

Hubo situaciones raras. El ratón disfrazado de tigre, perseguía al tigre disfrazado de gacela.- ¿Ahora sabes lo que se siente?- le decía el roedor, muerto de risa mientras gruñía y mostraba sus colmillos de mentira.

El koala salió de su eterna siesta y convenció a todos de que era una nerviosa lagartija y el pingüino, camuflado como un lobo feroz, iba de un lado a otro gritando: "¿Alguien vio a Caperucita?".

En determinado momento, el león, bajo las plumas de un búho y en dos patas desde la rama e un árbol, anunció los premios. Hubo nerviosismo y emoción. El más original resultó un oso polar. Le había pedido prestado el secreto al camaleón para cambiar de colores según la ocasión y ahora era blanco, al segundo rojo, al instante verde y luego, azul, violeta, amarillo. ¡Parecía un arbolito de Navidad!

-¡Aquí hay tongo! - comentó entre dientes la cebra. Estaba celosa porque había sido la menos creativa: se pintó las rayas blancas de negro y se conformó con ser un caballo azabache.

El más divertido fue el hipopótamo. Ninguno entendió cómo hizo para pasar por colibrí, abrir las alas y sobrevolar la pista de aire. ¡Increíble!

Se anunció la Reina: la elefanta, que había ido de bambi. El Rey fue el jabalí, que finalmente se sentía bello dentro de su atuendo de pavo real.

Entonces, el león lanzó la propuesta:
- ¿Y si nos quedamos así?
Ninguno se negó. Habían hallado el modo de hacer entretenida la vida en el Zoo. Y así volvieron a sus jaulas. Pero no funcionó. A los chicos no les gustó ver a la serpiente coral bajo la pelambre del cebú o a la pantera comiendo maní como un chimpancé. Y a decir verdad, el ñandú no rugía tan bien como el león.
Pronto, todos los visitantes dejaron de ir. El lugar fue más aburrido que nunca.

-¡Cada cual a lo suyo! -ordenó el Rey de los Animales-. No hay mejor que ser uno mismo.
Y, sin contradecirlo, gustoso el animalerío obedeció. Eso sí,  no sólo pensando en cómo hacer que sus días fueran divertidos y productivos, sino también... ¡en el disfraz que usarían el Carnaval del años siguiente!

HISTORIA DE CARNAVAL

Erase una vez, en un país muy muy lejano, una pequeña

princesa que vivía en un bonito palacio. Tenía todas las

 cosas con las que cualquier niño puede soñar pero la 

princesa no era feliz.
 
Fuera del palacio era primavera y los niños y niñas del reino

 se divertían entre las flores que adornaban el campo. La

 princesa los contemplaba triste desde su ventana, deseando

 ser una más. Su padre, el rey, le había advertido muy serio:
 
-          Debes quedarte en el palacio, hija. Todos saben que eres la princesa del reino y que por ello, no pueden tratarte como a los demás.
Pasaban los días y la princesa continuaba sentada frente a

 la ventana, cada vez más triste, sintiéndose tremendamente

 desgraciada. El rey la observaba apenado, sin saber cómo

 hacer feliz a su querida hija.
 
Un día, el problema llegó a oídos de uno de los caballeros

 reales, que acudió en seguida a hablar con su majestad.
 
-          Señor, creo que yo podría encontrar la solución. Si me da permiso, partiré esta misma noche y mañana estaré de vuelta con algo que podrá ayudar a la pequeña princesa.
El rey aceptó emocionado y, como el caballero había dicho,

 cabalgó toda la noche hasta llegar al Reino de Carnaval.

 Una vez allí, se dirigió al castillo donde habitaba el rey del 

país. Tenía fama de tener un armario enorme con millones y

 millones de cosas, más de las que nadie pudiera imaginar.

 Lo que no sabía el caballero era que había algo que ese rey

 odiaba profundamente: los niños. En silencio, escuchó el

 problema de la pequeña princesa y se dirigió a su gran

 armario. Mientras reía malvadamente pensó:
-          Le daré una máscara horrible para que todos los niños sientan miedo y nunca jamás quieran jugar con ella.
El caballero cogió la caja que le entregó el rey Carnaval y, 

sin sospechar sus malvadas intenciones, regresó al reino y

 entregó a la princesa la solución a su problema.
 
La pequeña princesa miró extrañada la máscara, pero 

pensando que no tenía nada que perder, se la puso y salió a

 jugar con el resto de los niños. La contemplaron durante un

 largo rato, cuchicheando entre ellos, y poco a poco se 

fueron acercando. Al contrario de lo que el Rey Carnaval

 había planeado, los niños rieron divertidos y aceptaron 

encantados jugar con aquel personaje enmascarado.


La princesa se divirtió durante horas, hasta que llegó el anochecer. Fue entonces cuando, antes de volver a sus casas, los niños le pidieron intrigados que se quitara la máscara. Al descubrir quién era la niña con la que tan bien lo habían pasado todos la abrazaron y el rey, maravillado, decidió celebrar todos los años la llegada de la primavera con una fiesta muy especial: todos los habitantes del reino llevarían mascaras y disfraces para poder ser, por un día, el personaje que deseen.

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