BOOKI

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jueves, 9 de noviembre de 2017

CUENTOS DE HUERTOS


¡¡¡NO TE PIERDAS ESTOS 
CUENTOS DE HUERTOS!!!
EL DRAGÓN VEGETARIANO
Había una vez un dragón que sólo comía verduras porque era un dragón vegetariano.

Los demás dragones le miraban de reojo y se reían a escondidas de él cuando le veían utilizar su llama para hacer a la brasa berenjenas y calabacines, o para calentar el puchero donde hacía unos excelentes guisos con patatas, puerros y zanahorias.

- Este dragón es muy tonto - decía el líder de los dragones
- ¡Con lo buena está la carne recién cazada, con un buen fogonazo para que quede bien asada! - decía otro dragón.
- Sí, definitivamente, este dragón es muy tonto - empezaban a decir todos los dragones a coro, riéndose cada vez más.

Poco a poco, las burlas fueron cada vez más frecuentes. Al principio, el dragón vegetariano se defendía, y les pedía que respetaran su decisión. Pero ninguno le hacía caso, así que acabó cansándose y, simplemente, no les decía nada.

Un día iba el dragón vegetariano en busca de verdura al huerto cuando se encontró a varios de los dragones que tanto se reían de él tirados en el suelo con muy mala cara.

- ¿Qué os ha pasado? ¿Estáis enfermos?
- Creo que la carne que hemos comido estaba mala - dijo con un hilito de voz uno de los dragones.
- No os preocupéis. Ahora mismo os preparo un caldito de verduras y seguro que mejoráis - dijo el dragón vegetariano.

El dragón cuidó de sus compañeros y les dio de comer hasta que se encontraron mejor. Cuando el líder tuvo fuerzas para hablar le dio al dragón vegetariano:

-El dragón vegetariano Gracias amigo. Nos has cuidado y nos has curados con tus verduritas, a pesar de todo lo que nos hemos reído de ti .
- ¡No son tan malas, eh! - dijo el dragón sonriente.
- ¡Desde luego que no! - dijeron todos los dragones a la vez.

Desde entonces, todos los dragones respetan al dragón vegetariano, que de vez en cuando les obsequia con alguno de sus guisos vegetales. Los demás dragones se lo comen todo con mucho gusto, porque han descubierto que la verdura está muy rica y le sienta muy bien. Aunque lo que todavía no saben es que la carne que les hizo enfermar no es que estuviera mala, sino que comieron demasiada.
 
 LA HISTORIA DE MAX
La historia de Max Hubo una vez, hace mucho tiempo, un joven llamado Max que vivía solo en una pequeña casa en medio del campo. Max se las ingeniaba para sobrevivir, cultivando la tierra y criando algunos animales. Lo que le sobraba lo vendía en los mercados de los pueblos cercanos.

Max utilizaba el dinero que ganaba con la venta de sus productos para comprar las cosas que necesitaba para mantener su casa y para él mismo, que no era mucho. Lo que le sobraba lo repartía entre la gente necesitada que encontraba a su paso.

Un día, de camino a un mercado, Max encontró a una anciana que salió a su paso y le pidió ayuda. Su marido, su hijo y su nieto estaban gravemente enfermos, y no podía pagar al médico ni comprar las medicinas que necesitaban. Max prometió entregarle todo el dinero que ganase aquel día en cuanto terminase su jornada. Y así lo hizo.

Días después, la misma anciana volvió a salir al encuentro de Max para pedirle ayuda para comer. Su marido, su hijo y su nieto se estaban recuperando, pero necesitaban alimentarse y no tenían fuerzas aún para ponerse a trabajar. Max le entregó de nuevo todo lo que ganó en el mercado cuando terminó el día.

Aquella misma noche hubo una enorme tormenta. Cuando amaneció, Max se dio cuenta de que el tejado de su casa y el de las cuadras y los establos estaban muy dañados. Era necesario arreglarlo todo cuanto antes para que no se viniera abajo. Pero para ello necesitaba comprar muchos materiales y herramientas que no tenía. Pero tampoco tenía dinero para comprarlos, porque le había dado todo lo que ganó a la anciana.

Pensó entonces en recoger algo del huerto y de los árboles frutales para venderlo en el mercado, pero la tormenta lo había echado todo a perder.

Tampoco pudo coger huevos, porque del susto las gallinas no habían puesto ninguno. Intentó ordeñar a las vacas, pero fue inútil, porque estaban aún nerviosas y no se dejaban tocar.

Mientras Max se lamentaba por todo aquello y pensaba en una solución para conseguir el dinero que necesitaba, vio aparecer a un grupo de personas cargadas con tablones, tejas, sacos de cemento, ladrillos y herramientas.

-La historia de Max Hemos venido a ayudarte - dijo un hombre de aspecto rudo y curtido.
- ¿Quién eres? - preguntó Max, extrañado -. ¿Te conozco?
- Conoces a mi madre. Gracias a ti, mi padre, mi hijo y yo seguimos con vida. He venido con toda esta gente para devolverte el favor. Son todas las personas a las que durante todos estos años has ayudado tan generosa y desinteresadamente, como hiciste con mi familia.

Entre todos ayudaron a Max a reconstruir su casa, los establos y las cuadras.

- No sé cómo agradeceros lo que habéis hecho por mí - dijo Max.
- Somos nosotros los que te estamos agradecidos a ti - dijo el hijo de la anciana.

Max invitó a la anciana y a su familia a trasladarse a su casa, que era muy grande para él solo. Allí vivieron todos juntos y pudieron ampliar el huerto, comprar más animales y ganar algo más de dinero. Pero, a pesar de ello, no dejaron ni un solo día de ayudar a todo aquel que lo necesitaba.
 
 
UNA VISITA INESPERADA
Una visita inesperada La señora Pilar era una mujer solitaria que vivía dedicada a su huerto, sus gallinas y sus vacas en un pequeño pueblo. La señora Pilar no tenía hijos. Su única familia era su hermana Petra, quince años menor que ella, que vivía a muchos kilómetros, en una gran ciudad, con su hija Raquel.

Un día, Petra llamó a su hermana Pilar para pedirle que se quedara con la niña durante unas semanas, aprovechando las vacaciones de verano. Estaba muy enferma y tenían que ingresarla en un hospital para curarla.

-Sabes que no puedo ir a la ciudad, Petra. Tendrás que traerla al pueblo -dijo la señora Pilar a su hermana-. Pero en esta época tengo mucho trabajo. Yo la atenderé encantada, pero no podré dedicarme a entretenerla.

-Le vendrá bien ir al pueblo y ayudarte con el huerto y los animales -dijo Petra-. Así se distraerá del verdadero motivo por el que tenemos que separarnos.

-No te preocupes -dijo la señora Pilar-. Otra cosa no habrá aquí, pero trabajo hay mucho. Y yo por ti hago lo que sea.

En el fondo la señora Pilar estaba muy asustada porque no estaba acostumbrada a tratar con niños. Pero se animó pensando que debía esforzarse por cuidar de su sobrina y así ayudar a su hermana.

Días después, Petra llegó al pueblo con Raquel. La niña, al ver a su tía se asustó mucho. Era mucho mayor que su madre y parecía una señora de pueblo sacada de una foto antigua.

-Mamá, no quiero quedarme -decía la niña, llorando-. En este pueblo no hay niños, ni parques, ni nada que hacer. Seguro que tía Pilar ni siquiera tiene juguetes.

-Solo serán unas semanas -le dijo su madre-. Volveré pronto. Tu tía te cuidará bien.

-Te he preparado la merienda -dijo la señora Pilar-. Seguro que esto no te lo hace tu madre nunca.

-No quiero comer nada -dijo la niña con tono impertinente mientras entraban las tres en la casa.

Pero al llegar a la cocina un aroma a chocolate y almendras hizo que cambiara su gesto.

-Uhm! ¿Qué es esto? -dijo la niña.

-Esto de aquí es un postre casero de chocolate y esto otro es un bizcocho de almendras que saqué hace un ratito del horno de leña -dijo la señora Pilar.

Las tres se sentaron a la mesa a degustar la merienda junto con una ensalada de frutas recién cogidas y un refresco casero.

-Una visita inesperada¿Lo has hecho tú todo? -preguntó la niña.

-Sí -dijo la señora Pilar-. Y he usado leche de mis vacas, huevos de mis gallinas y frutas de mi huerto.

-¿Me enseñarás todo eso? -preguntó la niña.

-¡Por supuesto! -dijo la señora Pilar-. También te puedo enseñar a ordeñar a las vacas, a coger huevos, a cuidar la huerta…

-¡Y a cocinar! -interrumpió Raquel a su tía, con un brillo en sus ojos que sorprendió a su madre y a su tía.

-También te enseñaré a cocinar -dijo la señora Pilar-. Eso sí que es divertido.

-Sabes, mami -dijo Raquel- creo que, después de todo, me lo pasaré bien aquí.

Petra se fue tranquila, sabiendo que había dejado a su hija en buenas manos y que su hermana también quedaba en buena compañía. 
 
VILLA FRUTILLA
Villafrutilla Villafrutilla era un pequeño pueblo precioso, lleno de árboles frutales y con muchas huertas a su alrededor. Las frutas y las verduras de Villafrutilla eran las mejores de todo el mundo. Pero sus habitantes no querían compartirlas con nadie, y se lo quedaban todo para ellos. Y lo que sobraba, lo tiraban a la basura.

La gente de los pueblos de al lado no entendían por qué los de Villafrutilla hacían eso. "Ni pagado ni regalado, de aquí no sale nada que aquí se haya cultivado", decían los habitantes de este lugar. El motivo por el que se comportaban así era que creían que sus vegetales tenían poderes especiales, y por eso no querían compartirlos con nadie.

Un día, Villafrutilla amaneció sin un solo árbol ni una sola planta en sus huertos. Las verduras y las frutas habían desaparecido. Era un verdadero misterio. Nadie sabía qué había pasado.

Los habitantes de Villafrutilla recorrieron todos los pueblos de alrededor, esperando encontrar sus plantas y sus árboles. Pero no encontraron ni rastro. De modo que se organizaron en grupos para ir mucho más lejos. Cogieron las frutas y verduras que les quedaban en sus casas y emprendieron el viaje.

Durante meses, los diferentes grupos viajaron por el mundo sin encontrar sus plantas, comiendo las frutas y verduras que llevaban encima, dejando el pueblo desierto.

Pero pronto se les acabaron. Y entonces, necesitaban a alguien que les vendiera algo que comer.

- “Ni pagado ni regalado, de aquí no sale nada que aquí se haya cultivado”- les contestaba la gente. Exactamente lo mismo que ellos solían responder. Y lo curioso, es que a todos los grupos y en todos los sitios les contestaban siempre lo mismo. Así que se tuvieron que conformar con comer bayas silvestres y hierbas del campo.

Desesperados, todos volvieron a Villafrutilla. Cuando llegaron, descubrieron que los árboles y las plantas estaban de nuevo en su sitio y también cogiendo la verdura y la fruta.

- ¿Qué hacéis aquí? ¡Fuera de nuestro pueblo! -gritaron todos a la vez.

Todos se fueron, y los árboles y las plantas volvieron a desaparecer al día siguiente.
La gente de Villafrutilla no entendía nada. Pero el más anciano del pueblo tuvo una idea y llamó a la gente que se había marchado.

Villafrutilla- ¡Volved a nuestros campos! -les gritó-. Aquí hay alimentos para todos
- ¿Pero qué haces? ¿Estás loco? -le dijo la gente.
- Esperad y observad lo que ocurre -dijo el anciano.
- Cuando la gente regresó a los campos, los árboles brotaron de nuevo, y las plantas también.

Realmente, nuestros campos son mágicos -dijo el anciano-. Siempre estuvieron ahí para dar de comer a todo el mundo, pero nosotros con nuestra avaricia fuimos incapaces de comprenderlo.

Desde ese día, la gente Villafrutilla empezó a compartir con sus vecinos lo que les daban sus campos. Y cuando más compartían, más tenían. Pues esa era la magia de los campos de Villafrutilla.

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