LA NAVIDAD DE SNOWY
Ese
año, los niños estaban muy contentos, porque iban a tener una Blanca
Navidad. En efecto, poco antes de Nochebuena había caído una fuerte
nevada, y se esperaba que la nieve aguantase varios días antes de
derretirse.
Con la nieve todo estaba muy bonito, y además podían
patinar sobre el estanque helado, jugar a dejar huellas, o hacer un gran
muñeco de nieve. Eso era precisamente lo que habían hecho los niños del
barrio, y en lo alto de la colina había aparecido Snowy. Era un muñeco
gordinflón y sonriente, con un elegante sombrero de copa, una bonita
bufanda, una larga nariz de zanahoria, una gran sonrisa pintada en su
cara, y con ramitas como brazos.
Los niños estaban muy orgullosos
de Snowy, y les gustaba mucho jugar cerca de él. Se tiraban en trineo
desde lo alto de su colina, le usaban para que no les vieran cuando
jugaban al escondite, echaban carreras alrededor de él, y cuando hacían
guerras de nieve a su lado, su sonrisa bonachona les recordaba que no
tenían que tirar las bolas muy fuerte para no hacerse daño. Alguna vez,
cuando nadie miraba, Snowy, que era muy bromista, tiraba una bola de
nieve a algún niño despistado, que se quedaba muy sorprendido y sin
saber quién se la había arrojado.
Snowy se llevaba además muy bien
con los vecinos que pasaban por delante de él al ir y volver del
trabajo, y con los animalillos de un bosque cercano, sobre todo con los
pájaros, a los que les gustaba posarse en las ramas de sus brazos. Su
mejor amigo era un simpático pajarillo parlanchín llamado Birdie, que
cantaba de maravilla, y que mantenía a Snowy informado de todo lo que
pasaba en las partes del barrio que éste no alcanzaba a ver desde lo
alto de su colina.
A Snowy le gustaba sobre todo cuando Birdie le
hablaba de cómo iban preparándose sus amigos para el día de Navidad. Las
noches eran cada vez más alegres, con luces de colores que brillaban en
muchas de las casas, y con el sonido de los villancicos que los niños
cantaban con sus papás.
Llegó por fin la Nochebuena, y Snowy estaba disfrutando más que nunca
viendo todo lo que pasaba en el barrio. Por eso le extrañó ver que de
repente Birdie estaba triste. “¿Qué te pasa, buen amigo?” le pregunto
Snowy. “Que con lo bonita que es la Navidad, me da pena ver a los que
tienen problemas y no pueden disfrutarla como nosotros”. “¿Quién tiene
problemas, Birdie?” El pajarillo contestó “Cuando venía volando para
acá, he visto a Mamá Coneja, que me ha dicho que lleva toda la tarde
buscando comida para preparar una cena de Navidad a sus conejitos, pero
que con tanta nieve no encuentra nada”. Snowy también se puso triste,
pensando en que no podrían disfrutar de la Nochebuena esos suaves
conejitos que tanto le gustaba ver saltando a su alrededor.
De
repente, la gran sonrisa de Snowy se iluminó. “¡Birdie, ya tengo la
solución! Lleva a la madriguera de Mamá Coneja la gran zanahoria de mi
nariz, con eso podrán tener una estupenda cena de Navidad!” Birdie
exclamó contento “¡Qué gran idea!” Pero de pronto dijo preocupado
“¡Snowy, si hacemos eso, te vas a quedar sin nariz!”. Snowy respondió
sonriente “No importa, total, con tanto frío estoy siempre constipado.
¡Mejor, así no tendré que sonarme la nariz!”. Snowy acabó por convencer a
Birdie, que se encargó de llevar la gran zanahoria a Mamá Coneja. ¡Qué
contenta se puso! Y Snowy también cuando se lo contó Birdie.
“Mira,
Birdie” dijo Snowy, “Mientras estabas fuera, he pensado que podíamos
hacer más cosas para alegrar la Nochebuena a nuestros amigos. Por
ejemplo, podrías llevar mi sombrero al señor Rodríguez. Siempre me
saluda muy simpático cuando pasa, y tiene que pasar mucho frío en la
cabeza con esa calvorota que tiene”. Birdie le preguntó a su amigo Snowy
si no se le quedaría muy fría la cabeza a él, y Snowy le respondió que
no, que estaba bien así, y que en realidad lo que le preocupaba era que
igual dentro de unos días subiría algo la temperatura. Birdie se
entristeció, pensando que su amigo muñeco de nieve corría el peligro de
derretirse en cuanto asomaran los primeros rayos de sol, pero Snowy
interrumpió esos pensamientos diciendo con voz divertida: “¡Venga,
Birdie, que vuelas menos que una gallina! Vete ya, que al pobre señor
Rodríguez se le van a congelar las ideas. ¡Y vuelve rápido, que quedan
otros recaditos por hacer!”
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