EL DÍA 14 DE FEBRERO
SE CELEBRA SAN VALENTÍN...
EN ESTE BLOG PUEDES
LEER MUCHOS CUENTOS
DE AMOR Y AMISTAD.
JUAN Y PILI
EN SAN VALENTÍN
Juan y Pili son muy amigos; ellos de conocieron en el parque hace 2
años, desde entonces son amigos.Pili casi siempre invita a comer a Juan o
al revés.
Para el día de San Valentín decidieron
hacer un picnic en el parque. Invitaron a todos sus amigos y les
pidieron que cada uno llevasen algo para comer o beber. Otros llevaron
juegos y juguetes.
Cuando llegaron todos sus amigos, pusieron un mantel a cuadros sobre
el césped, arriba del mantel pusieron vasos, platos, las bandejas de
comida y las bebidas. Cuando terminaron de comer empezaron los juegos
Ana llevó un juego de tejo, Lucas llevó una pelota y Lara llevo una
soga y así jugaron hasta el atardecer.
Cuando Pili llego a su casa se acostó en la cama y se puso a pensar
en lo bien que lo había pasado. Al día siguiente llamó a sus amigos y
les dijo si querían hacer lo mismo todos los días de San Valentín.
Y año tras año fueron al parque a celebrarlo.
DULCE CUENTO
DE SAN VALENTÍN
Aquella noche mientras la Princesa Ranita dormía plácidamente entre sus
sábanas de seda, vestida con su mejor camisón lleno de mil puntillas y
otros tantos encajes y bien arropadita bajo un edredón de plumón de oca,
tuvo un sueño maravilloso:
Soñó que se celebraba una espléndida fiesta en la charca.
Las suaves luces que procedían de la multitud de farolillos de colores
que se habían colgado con elegancia entre las copas de los árboles,
envolvían el ambienteara los invitados se había servido agua
fresca de manantial en jarras de fino cristal y había fuentes repletas
de frutas cuidadosamente peladas y primorosamente cortadas en pequeños
trocitos para facilitar su degustación. Para todos aquellos que
quisieran tomarse un descansito entre baile y baile, se habían
dispuesto cómodas sillitas bajo los árboles más frondosos.
Todos en el Reino de la Charca habían trabajado duro durante meses para que la fiesta fuera todo un éxito.
La Reina Ranita se había encargado de hacer la lista de invitados. Los
folios se habían ido amontonando en la mesa del despacho real. Por lo
que el Monarca se había visto obligado a eliminar nombres y más nombres
para acortar la extensa lista de la Reina, facilitando así que los
presentes pudieran sentirse cómodos en el espacio de la charca. La joven
Princesa Ranita se encargó de elegir la cubertería y la mantelería más
acordes con una fiesta al aire libre. Buscaba algo discreto, que no
desentonase con al alcurnia de los invitados y que tuviera un toque de
elegancia.
Y nadie pudo impedir que se sucedieran las estaciones en el alegre Reino de la Charca…
El viento del Otoño se llevó con él las hojas de los árboles y las
flores traviesas terminaron por esconderse ante el mal tiempo. Cuando
los copos blancos del Invierno se posaron sobre la charca, el frío
adormiló a los árboles y los habitantes del reino se acurrucaron en sus
hogares al abrigo del fuego. Al llegar la Primavera todos los
habitantes del Reino de la Charca comenzaron a asomar tímidamente sus
naricillas, mientras la naturaleza bostezaba para desperezarse de la
tristeza y disfrutar del buen tiempo calentándose con los primeros rayos
de sol.
Y al llegar el Verano, todo sucedió igual que en su sueño. Aunque en esta ocasión con un final feliz:
Era la fiesta de celebración del 80 cumpleaños del Rey Rodrigo. La
charca se había adornado con farolillos de colores y olorosos ramos de
flores silvestres reposaban justo en el centro de cada mesa de buffet.
El apuesto Príncipe Sapito la encontraba en medio de la multitud. La
ranita estaba preciosa vestida con su traje de fiesta para el baile. El
Príncipe le daba un tierno beso en la rente y poniéndose de rodillas
pedía su mano y se comprometían por siempre jamás.
LAS PALABRAS MÁGICAS
Mariana era una niña caprichosa y engreída. Creía tener derecho a todo lo que se le antojaba. Le perteneciera o no. También
creía ser la más hermosa, la más inteligente, la mejor de todas las
niñas. Por esa razón pensaba que todos deseaban estar con ella, jugar
con ella y pasar el tiempo con ella. Y por esa razón debían estar
sumamente agradecidos. Podía
contestar de mal modo sin pedir disculpas o burlarse de los demás sin
medir las consecuencias. Como cuando uno de sus amigos se cayó y ella en
lugar de ayudarlo se echó a reír. Un
hada que pasó justamente y vio lo que sucedía, decidió darle una
lección. Mariana debería aprender las palabras mágicas. El hada tocó a
sus amigos con su varita y ellos rápidamente se cansaron de su actitud
veleidosa y pizpireta, y decidieron no salir más a la vereda. Se
quedaron jugando detrás de la reja en el jardín de su casa.
Mariana salió y no los vio. Le llamó la atención que no pasaran a buscarla. Justo a ella que garantizaba la diversión y ahora tenía una nueva bicicleta color rosa tornasol.
-¡Qué tontos! -pensó. Y salió a dar vueltas alrededor de la manzana.
Al pasar por la reja vio a todos sus amigos disfrutando bajo un árbol.
Entonces les dijo:
-¡Tengo una bicicleta nueva!
Pero los amigos no la escucharon. Gritó más fuerte:
-¡Ey, Aquí estoy yo!
Pero los amigos parecían estar sordos.
Volvió preocupada a su casa, y le pidió a su mamá una muñeca nueva:
-Quiero una muñeca Barbie vestida de playa. El hada también tocó con su varita a sus padres.
-Pero si tienes veinte muñecas. Juega con esas- respondió la madre.
-Ya te dije que quiero una vestida de playa.
-¡Pues no!- dijo la madre por primera vez, ya que nunca le había negado nada.
Mariana se pescó una rabieta tirándose al suelo pataleando y gritando. Pero su madre hizo oídos sordos hasta que se calmó.
Se encerró en su habitación a estudiar la lección para el día siguiente. La aprendió a la perfección para dejar a todos boquiabiertos.
Pero el hada madrina, también sacudió su varita sobre la maestra y los compañeros.
Cuando llegó el momento de tomar la lección, la maestra pidió que levantaran las manos y Mariana la levantó rápidamente al grito de ¡Yo, yo, yo!
La maestra, parecía no verla ni escucharla. Todos los que levantaron la mano, dieron su lección, menos Mariana que se revolvía de rabia en su pupitre.
Volvió a su casa muy triste. Jamás le había pasado algo así. Y no sabía como hacer para revertir esta dificultad. Pensó y pensó sin encontrar la solución del problema que la afectaba.
Mientras dormía el hada se le apareció en sus sueños y le enseñó la importancia de las palabras mágicas: ¨PERDÓN¨, ¨POR FAVOR¨ Y ¨GRACIAS¨.
Al día siguiente Mariana le pidió PERDÓN a su mamá por la rabieta y le dio las GRACIAS por la nueva bicicleta.
Fue a visitar a sus amigos y les pidió POR FAVOR que abrieran la reja para jugar con ellos, y sus amigos la dejaron pasar. Luego les dio las GRACIAS por invitarla. Luego le pidió PERDÓN a uno de sus amigos por haberse reído cuando se cayó dolorido en la vereda. Y él la perdonó.
En el colegio, pidió POR FAVOR que le permitieran dar su lección y la maestra la felicitó.
Mariana salió y no los vio. Le llamó la atención que no pasaran a buscarla. Justo a ella que garantizaba la diversión y ahora tenía una nueva bicicleta color rosa tornasol.
-¡Qué tontos! -pensó. Y salió a dar vueltas alrededor de la manzana.
Al pasar por la reja vio a todos sus amigos disfrutando bajo un árbol.
Entonces les dijo:
-¡Tengo una bicicleta nueva!
Pero los amigos no la escucharon. Gritó más fuerte:
-¡Ey, Aquí estoy yo!
Pero los amigos parecían estar sordos.
Volvió preocupada a su casa, y le pidió a su mamá una muñeca nueva:
-Quiero una muñeca Barbie vestida de playa. El hada también tocó con su varita a sus padres.
-Pero si tienes veinte muñecas. Juega con esas- respondió la madre.
-Ya te dije que quiero una vestida de playa.
-¡Pues no!- dijo la madre por primera vez, ya que nunca le había negado nada.
Mariana se pescó una rabieta tirándose al suelo pataleando y gritando. Pero su madre hizo oídos sordos hasta que se calmó.
Se encerró en su habitación a estudiar la lección para el día siguiente. La aprendió a la perfección para dejar a todos boquiabiertos.
Pero el hada madrina, también sacudió su varita sobre la maestra y los compañeros.
Cuando llegó el momento de tomar la lección, la maestra pidió que levantaran las manos y Mariana la levantó rápidamente al grito de ¡Yo, yo, yo!
La maestra, parecía no verla ni escucharla. Todos los que levantaron la mano, dieron su lección, menos Mariana que se revolvía de rabia en su pupitre.
Volvió a su casa muy triste. Jamás le había pasado algo así. Y no sabía como hacer para revertir esta dificultad. Pensó y pensó sin encontrar la solución del problema que la afectaba.
Mientras dormía el hada se le apareció en sus sueños y le enseñó la importancia de las palabras mágicas: ¨PERDÓN¨, ¨POR FAVOR¨ Y ¨GRACIAS¨.
Al día siguiente Mariana le pidió PERDÓN a su mamá por la rabieta y le dio las GRACIAS por la nueva bicicleta.
Fue a visitar a sus amigos y les pidió POR FAVOR que abrieran la reja para jugar con ellos, y sus amigos la dejaron pasar. Luego les dio las GRACIAS por invitarla. Luego le pidió PERDÓN a uno de sus amigos por haberse reído cuando se cayó dolorido en la vereda. Y él la perdonó.
En el colegio, pidió POR FAVOR que le permitieran dar su lección y la maestra la felicitó.
EL PAIS DE LAS FLORES
En
el País de las Flores reinaba la amistad, la felicidad y la alegría, y
eso se reflejaba en las flores que crecían por todas partes. Flores blancas, amarillas, rojas, verdes, rosas, azules..
¡Sí, también había flores azules!. Había flores de todos los tamaños, formas y colores.
Los pájaros cantaban de alegría ante tanta belleza. Al llegar el invierno Pichín, un pajarito azul tenía que emigrar con mucha tristeza y buscar otro país más cálido,, aunque nunca encontraba un país tan hermoso como el País de las Flores.
En este país siempre había flores, incluso en invierno, las flores crecían entre la nieve y el hielo. El secreto de este misterio era la paz y el amor que practicaban sus habitantes.
Pero este invierno sería diferente…
Andrés
y Jaime eran dos hermanos gemelos que siempre habían compartido todo,
eran muy amigos y nunca habían discutido, al igual que el resto de
habitantes del País de las Flores.
Por su cumpleaños, su mamá les regaló una bicicleta a cada uno, una era de color verde y la otra era de color azul. Cuando los niños vieron las bicicletas se pusieron muy contentos, pero ambos querían la bicicleta verde. A
la mamá de los niños le fue imposible encontrar otra bicicleta verde,
así que les dijo: “Ninguno cogerá una bicicleta hasta que no os pongáis
de acuerdo y hagáis las paces” Los niños se enfadaron muchísimo y prefirieron no jugar con las bicicletas antes que ponerse de acuerdo.
Se enfadaron tanto que la paz y la alegría del País de las Flores desapareció. Las flores comenzaron a desaparecer poco a poco, hasta que los colores desaparecieron y todo tenía un triste color gris.
Al llegar la primavera, Pichín volvía con alegría a su país favorito, pero al llegar no podía creer lo que estaba viendo. Los
campos y jardines ya no existían, todo el mundo estaba triste y
enfadado, ya no había flores y el color y la alegría se habían
transformado en tristeza. Pichín vio una
florecilla que apenas tenía fuerza para permanecer de pie, se acercó a
ella y le preguntó ¿Qué ha pasado con las flores? ¿Por qué hay tanta
tristeza? La flor apenas podía hablar, pero le contó todo lo que había
pasado.
Entonces
Pichín comenzó a volar sobre el país buscando a los hermanos pero la
tristeza había invadido todas las casas y era imposible localizarlos,
así que comenzó a cantar, fue de casa en casa alegrando a todos los
niños y niñas, que al oírle salían de sus casas asombrados de que
alguien estuviera tan contento como para cantar.
Poco
a poco todos fueron recuperando la alegría y las flores comenzaron a
crecer, llegaron más pajarillos que ayudaban a Pichín a devolver la
alegría y la vida al País de las Flores. Y así poco a poco todo volvio a ser como antes, todo menos la casa y el jardín de los hermanos que habían discutido..
Ahora
le fue más facil a Pichin encontrarlos, ya que en todas partes crecían
las flores menos alrededor de la casa de Andres y Jaime. Entonces Pichín
y sus amigos se acercaron a la casa y todos juntos comenzaron a cantar
con mucha alegría, tan fuerte cantaron que Andrés que estaba en la
planta de arriba se asomó por la ventana para ver que pasaba, Jaime que
estaba en el garaje tambien se asomó muy curioso para ver que pasaba.
Los
dos hermanos corrieron a la puerta de la casa y se quedaron
boquiabiertos contemplando como los pájaros cantaban frente a ellos y
como los niños jugaban juntos con alegría y las flores crecían por todas
partes, les dio mucha tristeza ver como en su casa no había flores y
toda su familia andaba triste y muy preocupada, entonces Andres y Jaime
se miraron y con los ojos llenos de lágrimas se dieron un gran abrazo.
¡Por fin hicieron las paces!
Las
flores comenzaron a crecer también en su jardín y su mamá que vio como
se abrazaban se puso muy contenta y salio para abrazarles también.
Después
de todo el invierno sin jugar Andrés y Jaime aprendieron discutir por
un juguete no es motivo para que la tristeza gane a la alegría, desde
ese momento compartían todo y no había nada que no fuera de los dos
LA RANA MARI JUANA
En el noroeste de una ciudad no tan lejana, se situaba un enorme y hermoso parque llamado “García Sanabria”.
Tenía
el parque una gran cantidad de árboles, césped, flores y varios
senderos de tierra que conducían todos a un mismo lugar: el estanque.
Era ese estanque, el lugar preferido por todos los niños; grandes y pequeños se reunían
allí todas las tardes para lanzar piedritas al agua y ver como se
formaban en ella círculos concéntricos sin fin. También jugaban a
remover el agua con alguna rama de las que se hallaban tiradas
por los senderos; les encantaba ver como se enturbiaba el agua al
mezclarse con la tierra que había en el fondo, pero lo más que les
gustaba era ver a las ranas y los peces que allí habitaban.
Precisamente la historia que les quiero contar es de una de las ranas que vivían en el estanque: la rana Mari Juana.
El
frío invierno estaba por acabar y el sol ya comenzaba a recorrer con
más ánimo el ancho cielo azul. En el estanque había mucha expectación y
alegría porque la rana Mari Juana acababa de cumplir su más anhelado
sueño: el de ser madre.
Sí, Andrés
ya había nacido y ahora se encontraba entre sus brazos, o mejor dicho,
entre sus ancas. Y era Andrés, a los ojos de Mari Juana, el más
preciosos hijito del mundo.
Día a día, madre e hijo jugaban, comían, charlaban se divertían y dormían juntos. Eran inseparables.
Pero
el tiempo pasó y Andrés se hizo mayorcito, y comenzó a darse cuenta de
algunas cosas, como, por ejemplo, que él no tenía ancas de rana como su
madre y que su piel estaba cubierta de diminutas escamas, que la piel
suave de su mamá no tenía.
Así
que, un buen día, Andrés le preguntó a su mamá la rana Mari Juana, que
por qué él era tan diferente y no se parecía en nada a ella.
La rana Mari Juana vio que su hijo ya estaba preparado para escuchar algo importante que ella debía contarle.
´”Verás” -le dijo la mama- “algunas madres tienen
a sus hijos de sus barriguitas, pero otras, como yo, no podemos
tenerlos. Por esa razón, hace algún tiempo tomé la decisión de adoptarte para que fueras mi hijo querido y sin duda esa ha sido la decisión más acertada que he tomado en
mi vida. Por esa razón no nos parecemos, pero el parecido físico no es
tan importante, lo que en verdad importa son los lazos de unión que hay
entre nosotros. Esos lazos de amor incondicional que existen entre madre
e hijo.”
El pez Andrés (que esto es lo que él era), entendió lo que su mamá le explicó y comprendió que más importante que su aspecto era la relación que había entre él y su mamá. Eran madre e hijo y eso nada ni nadie lo podía cambiar.
Después
de esta agradable y reveladora charla, la rana Mari Juana y el pez
Andrés, más unidos que nunca, nadaron hacia la superficie para estar con
los niños que ya habían llegado a jugar en el estanque como cada tarde.
A propósito, si eres tú uno de esos afortunados niños
que juega en el estanque del García Sanabria y ves a una rana enorme, y
muy cerca de ella a un pez diminuto ya puedes saludarlos por su nombre:
son la rana Mari Juana y su hijo, el pez Andrés
Hacía
un sol espléndido aquel día en que Mario, un niño muy simpático y
alegre, iba caminando hacia la escuela. Los papás de Mario no tenían
mucho dinero y por eso Mario no tenía muchos juguetes para jugar porque
todo el dinero que ganaban sus padres era para comprar comida y ropa,
pero aún así Mario era feliz.
Ese día soleado de camino hacia el cole vio un mendigo, que parecía triste y temblaba mucho.
-¡Pobre señor! Ni siquiera tiene comida como yo. Debe de tener mucha hambre- pensó- ¡Ya sé! Le daré mi bocadillo de la merienda.
Y eso hizo.
El mendigo se puso muy contento y aceptó el regalo del chico.
Mientras comía aquel delicioso bocadillo de jamón le dijo a Mario:
-Eres un niño muy bueno. En agradecimiento te voy a regalar una cosa muy especial.-
El mendigo se agachó y sacó algo del saco en el que guardaba sus cosas, una pequeña bolsita que entregó al niño.
-Dentro
de este saquito hay una semilla mágica -le explicó el mendigo- Cuando
llegues a casa debes plantarla, cuidarla y regarla todas las noches de
luna llena. Cuando florezca tendrás una sorpresa muy especial.
Después de contarle esto, el mendigo continuó su camino.
A
la salida del cole, Mario se dirigió a su casa, aún pensativo por lo
que le había dicho aquel hombre. Así que después de hacer los deberes,
no se lo pensó dos veces y plantó aquella semilla especial. ¿Qué sería?
¿Una flor? ¿Un cactus? ¿Una lechuga? Tendría que esperar…
La
primera noche de luna llena, Mario regó la semilla como le había
indicado el mendigo y se fue a la cama. Allí, mientras se quedaba
dormido pensaba de nuevo en su planta y cuanto tardaría en verle sus
primeras hojas.
Por
la mañana, Mario saltó de la cama y antes incluso de desayunar fue a
ver su planta. Al llegar tuvo la primera sorpresa: Por increíble que
pareciera la plantita ya había brotado. En tan sólo una noche ya tenía
sus primeras hojitas verdes.
Aquel día Mario volvió a la escuela. Pero no podía dejar de pensar en su planta. ¿De qué tamaño estará mañana?
Aquella
noche, mientras cerraba los ojos en la cama seguía pensando en su
planta, pero en su sueño también se coló un coche de juguete rojo
precioso que había visto a otro niño en el parque aquella tarde. Soñaba
con que su madre se lo compraba y era feliz jugando con él. Pero de
repente se despertó. Ya era de día. Y Mario, como la mañana anterior,
fue a ver cómo estaba su planta.
Cuando llegó no se lo podía creer.
-¡Es un árbol mágico!- gritó sorprendido.
La
planta se había convertido en un árbol y en sus ramas habían brotado
coches rojos de juguete iguales al de su sueño. Mario los cogió como si
de manzanas se tratase y los guardó en su habitación, para jugar a la
salida del colegio.
Ese día en el cole no podía dejar de pensar de nuevo en su planta y en lo que le esperaría al día siguiente.
Por
la noche, nuestro amiguito, soñó con una pelota de fútbol. Soñaba que
jugaba con su equipo preferido, que chutaba y metía un montón de goles
con ella.
Ya
de mañana Mario corrió hacia la planta y ¿sabéis que había en sus
ramas? ¡Sí! Miles de pelotas de fútbol igualitas a las de su sueño.
Pero
pasó el tiempo y Mario se dio cuenta de que de nada le servían tantos y
tantos juguetes guardados si sólo podía jugar él con ellos. Así que
pensó en el mendigo que le regaló la semilla mágica y se le ocurrió una
idea: Le regalaría todos los juguetes del árbol mágico a los niños
pobres.
Y eso hizo.
Cada
vez que soñaba con algo y brotaba después en el árbol, Mario lo recogía
y lo llevaba a aquellos niños que tanta ilusión les hacía. Y fue cómo
se dio cuenta de que era más feliz viendo la cara de alegría de los
otros niños recibiendo los regalos que guardando todos los juguetes para
él solo.
COSAS QUE IMPORTAN
Marta, María y
Ana eran tres amiguitas de la guardería que se conocían desde que sus
madres, de pequeñas, las llevaban al parque. Casi todo lo hacían juntas.
Un día la seño, vio que Ana estaba llorando en un banco del recreo.
-¿Qué te pasa, Ana?- preguntó preocupada
-Marta y María no quieren jugar hoy conmigo - contestó la niña con tristeza
-¿Y eso?-
-No sé. María hoy quiere jugar con sus muñecas. Ella nunca me las presta, y Marta se ha comprado una tableta de chocolate y no me quiere dar ni un trocito chiquitito.
La seño de las niñas pensó cómo podía hacer que las niñas se hicieran otra vez amigas, así que inventó un juego. Las llamó a las tres a la clase. En el centro había tres cajas grandes.
-A ver niñas - explicó la profesora sonriendo - dentro de la caja, vais a meter lo que más queréis de tooooooooooooda la clase. Luego podréis pasaros el resto de la tarde jugando con lo que hayáis elegido.
María, corriendo, cogió sus muñecas y las metió en la caja. Luego fue al bote de la plastelina y cogió toda la que pudo, También la metió en la caja.
Marta fue directo al cesto de las chuches y cogió un puñado, que tiró en la caja, antes de irse a buscar a la estantería los puzzles..
Ana se quedó parada en el sitio.
-¿Qué pasa Anita, no quieres jugar?- preguntó la señorita
-Pero... ¿puedo meter en la caja lo que quiera?
-Por supuesto, igual que María y Marta - contestó
María se lo pensó una vez más, le dio la mano a la profesora y la ayudó a meterse en la caja. Luego fue corriendo a la estantería y cogió un libro muuuuy gordo de cuentos y del armario cogió unos cuantos gorros y telas.
Pasó una hora y María ya se había aburrido de jugar con sus muñecas y a Marta, que ya se había comido tooooodas sus golosinas, le empezó a doler la barriga y tuvo que dejar los puzzles para más tarde. Sin embargo, la seño y Ana no paraban de hablar y de reirse. De contar cuentos, de disfrazarse...
Ana vio a sus amiguitas, que ya no se divertían tanto... y entonces fue a buscarlas y las metió también en la caja, para que se unieran a la fiesta.
Ahora las niñas vuelven a ser amigas. Juegan juntas con las muñecas de María y comen las tres de los pasteles que prepara la madre de Marta. Y por supuesto, todos los días, los últimos quince minutos de recreo, la seño les cuenta un cuento a las tres.
Ese es el premio por haber aprendido que lo que de verdad importa, no es el dinero ni los juguetes, sino las personas con las que podemos compartirlos.
Un día la seño, vio que Ana estaba llorando en un banco del recreo.
-¿Qué te pasa, Ana?- preguntó preocupada
-Marta y María no quieren jugar hoy conmigo - contestó la niña con tristeza
-¿Y eso?-
-No sé. María hoy quiere jugar con sus muñecas. Ella nunca me las presta, y Marta se ha comprado una tableta de chocolate y no me quiere dar ni un trocito chiquitito.
La seño de las niñas pensó cómo podía hacer que las niñas se hicieran otra vez amigas, así que inventó un juego. Las llamó a las tres a la clase. En el centro había tres cajas grandes.
-A ver niñas - explicó la profesora sonriendo - dentro de la caja, vais a meter lo que más queréis de tooooooooooooda la clase. Luego podréis pasaros el resto de la tarde jugando con lo que hayáis elegido.
María, corriendo, cogió sus muñecas y las metió en la caja. Luego fue al bote de la plastelina y cogió toda la que pudo, También la metió en la caja.
Marta fue directo al cesto de las chuches y cogió un puñado, que tiró en la caja, antes de irse a buscar a la estantería los puzzles..
Ana se quedó parada en el sitio.
-¿Qué pasa Anita, no quieres jugar?- preguntó la señorita
-Pero... ¿puedo meter en la caja lo que quiera?
-Por supuesto, igual que María y Marta - contestó
María se lo pensó una vez más, le dio la mano a la profesora y la ayudó a meterse en la caja. Luego fue corriendo a la estantería y cogió un libro muuuuy gordo de cuentos y del armario cogió unos cuantos gorros y telas.
Pasó una hora y María ya se había aburrido de jugar con sus muñecas y a Marta, que ya se había comido tooooodas sus golosinas, le empezó a doler la barriga y tuvo que dejar los puzzles para más tarde. Sin embargo, la seño y Ana no paraban de hablar y de reirse. De contar cuentos, de disfrazarse...
Ana vio a sus amiguitas, que ya no se divertían tanto... y entonces fue a buscarlas y las metió también en la caja, para que se unieran a la fiesta.
Ahora las niñas vuelven a ser amigas. Juegan juntas con las muñecas de María y comen las tres de los pasteles que prepara la madre de Marta. Y por supuesto, todos los días, los últimos quince minutos de recreo, la seño les cuenta un cuento a las tres.
Ese es el premio por haber aprendido que lo que de verdad importa, no es el dinero ni los juguetes, sino las personas con las que podemos compartirlos.
SOFÍA Y EL HADA VIOLETA
Érase
una vez cuatro amiguitos, Sofia, Laura, Pablo y Hugo, que estaban en el
parque con sus correpasillos de moto haciendo una carrera. De pronto,
Hugo tropezó con un objeto extraño y tuvo que parar. Dijo a los demás:
“stop a la carrera, he tenido una avería”. Y los tres amigos fueron
corriendo a donde él para ver que le había sucedido. El objeto con el
que había chocado Hugo era realmente raro: era un cofre con paredes de
espejo y colores brillantes. Pablo se apresuró a cogerlo, lo abrió y en
ese momento ¡ZAS! una luz cegadora y de color entre lila y azul les
iluminó a los cuatro y oyeron una voz que decía: soy el hada violeta y
por haberme liberado os concederé a cada uno un deseo.¡Qué alegría y qué
nervios! Sofia y Hugo no sabían que pedir. Laura y Pablo, que eran muy
golosos, lo tenían bien claro. ¡Yo quiero comer tantas chuches como
quiera!, dijo Laura. ¡Y yo lo mismo!, dijo Pablo. Dicho y hecho, al
instante tenían ante sí una montaña de sus chuches preferidas. Empezaron
a comer y a comer y a la de una hora habían comido tantas que les
empezó a doler mucho la tripita y sólo tenían ganas de vomitar. Entonces
se dieron cuenta de que su deseo había sido equivocado y quisieron
pedir otra cosa, pero el hada violeta sólo concedía un deseo y se
tuvieron que conformar y aguantar su dolor de tripita.
Hugo,
al ver lo que les había ocurrido a sus amigos, decidió no pedir nada de
comer. Lo pensó un poco y dijo: yo quiero que cuando llegue a casa
tenga mi habitación llena de juguetes. Nada más pedirlo se fue corriendo
a su casa y entró impaciente. Al abrir la puerta de su habitación le
cayeron encima un montón de juguetes: su habitación estaba llena de
ellos, tal como había sido su deseo; había tantos juguetes que no
quedaba ni un hueco desde el suelo hasta el techo. Así que no se podía
entrar a la habitación ni para jugar con ellos ni para dormir ni para
nada. Hugo se dio cuenta de que su avaricia le había traicionado y quiso
cambiar su deseo, pero el hada violeta sólo concedía uno.
Sofia,
que era una niña muy inteligente y juiciosa le dijo al hada violeta si
podía tomarse un tiempo para formular su deseo porque quería pensarlo y
consultarlo con sus padres. El hada violeta le concedió un día de plazo
para recapacitar. Sofia consultó
a sus padres y estos sólo le aconsejaron que recapacitara y oyera a su
corazón. Estuvo pensando y pensando. Pensó en pedir muchos vestidos,
porque era muy presumida, pero se acordó de lo que les había pasado a
sus amigos y decidió que no. También pensó en pedir mucho dinero para
poder comprar todo lo que quisiera, pero una vez oyó decir a su abuela
que el dinero no da la felicidad. Pensó y pensó y se dio cuenta de que
lo que le hacía realmente feliz era estar con su familia y con sus
amiguitos. Por eso decidió pedir al hada violeta estar siempre
acompañada de ellos. Así formuló su deseo: “Hada violeta, deseo tener
siempre a mi lado a las personas a las que quiero”. El hada violeta
sonrió y le dijo: “tu deseo es muy hermoso y estoy encantada de
concedértelo”. Y así lo hizo. Y desde entonces Sofia vive feliz y
contenta al lado de sus seres queridos.UN NIÑO AL QUE LE
FALTABA EL AMOR
Erase una vez una niña llamado
Clementina. Vivía en una casa grande con un jardín precioso como los que
aparecen el los cuentos con dibujos. Había allí melocotoneros, naranjos
y unas higueras tan altas que casi tocaban las nubes. Clementina se
podía considerar una niña muy afortunada porque no le faltaba nada.
Tenía un montón de juguetes, de hecho creo que ya no existía ninguno que
ella no encontraba en su habitación. Cada vez que cumplía un año, que
ya ha pasado siete veces, se montaba una fiesta espectacular, con
payasos, globos y todos los niños del vecindario.
A pesar del todo, Clementina era una niña triste. Su carita blanca se alargaba con tanta tristeza y sus ojos azules se volvían más redondos y, como humedecidos. Sus padres se preocupaban por ella e incluso se enfadaban llamándola desagradecida. Todos les daban la razón porque durante toda la vida se han esforzado mucho para darle lo mejor. Los dos han trabajado muchísimas horas para ganar mucho dinero y así poder comprárselo todo a su hija. Desde pequeñita la han rodeado de cuidadoras que hablaban varios idiomas, de animales que le hacían compañía y de regalos. Intentaron hacerla fuerte e independiente dejándola llorar un poco cada vez que llamaba la atención y no la llevaron en brazos para que no se acostumbrara y no estuviera pegada a su madre. Clementina no entendía qué le pasaba y porqué sentía un vacío doloroso dentro de su alma. Pensaba que era una niña mala y caprichosa, tal y como decían sus padres. Poco a poco dejaba de ser triste y tímida para volverse antipática y contestona. A la mínima se enfadaba y gritaba cuando le hablaban.
Los padres, desesperados, decidieron castigarla y la enviaron a casa de unos primos suyos lejanos cuyos padres eran muy pobres y vivían en una choza. Querían que de ese modo se le fueran las tonterías de la cabeza y valorara por fin lo que tenía. Clementina, indiferente, fue adonde la llevaron. Hacía frío y ella estaba bastante hambrienta. En la casa le dieron la bienvenida dos niños, primos suyos de su edad más o menos. Estaban charlando y riéndose a carcajadas con sus padres y abuelos. Todos estaban contentos y alegres.
Lo que se encontró para cenar eran sólo unas rebanadas de pan con aceite y una sopa de ajo con garbanzos. Sin embargo el hambre, el ambiente y el cariño que reinaba en la casa hicieron de aquella cena el manjar más predilecto que había tastado jamás. Esa familia no tenía mucho dinero pero era muy unida. Los padres estuvieron presenten en la vida de los primos de Clementina, les dieron sus miradas, sus oídos y sus brazos siempre, sin preocuparse por mimarles demasiado. Clementina por primera vez pudo entender qué era lo que le faltaba a ella. Deseó cambiar todo lo que tenía por esa casita pobre y por el amor que en ella era el mayor tesoro. No obstante supo que aquello era imposible. No podía cambiar de padres ni modificar su forma de ver las cosas. Decidió aceptarles tal y como eran valorándoles y queriéndoles mucho. También estaba segura que a partir de aquel momento iba a visitar a sus tíos y a sus primos muy a menudo.
Pensó que si algún día iba a tener un niño le iba a dar todo el amor del mundo, todo lo que ella habría deseado recibir. Aquella idea le dio fuerza y le subió el ánimo. Fue como una especie de consuelo capaz de borrar todas las heridas del pasado y presente.
A pesar del todo, Clementina era una niña triste. Su carita blanca se alargaba con tanta tristeza y sus ojos azules se volvían más redondos y, como humedecidos. Sus padres se preocupaban por ella e incluso se enfadaban llamándola desagradecida. Todos les daban la razón porque durante toda la vida se han esforzado mucho para darle lo mejor. Los dos han trabajado muchísimas horas para ganar mucho dinero y así poder comprárselo todo a su hija. Desde pequeñita la han rodeado de cuidadoras que hablaban varios idiomas, de animales que le hacían compañía y de regalos. Intentaron hacerla fuerte e independiente dejándola llorar un poco cada vez que llamaba la atención y no la llevaron en brazos para que no se acostumbrara y no estuviera pegada a su madre. Clementina no entendía qué le pasaba y porqué sentía un vacío doloroso dentro de su alma. Pensaba que era una niña mala y caprichosa, tal y como decían sus padres. Poco a poco dejaba de ser triste y tímida para volverse antipática y contestona. A la mínima se enfadaba y gritaba cuando le hablaban.
Los padres, desesperados, decidieron castigarla y la enviaron a casa de unos primos suyos lejanos cuyos padres eran muy pobres y vivían en una choza. Querían que de ese modo se le fueran las tonterías de la cabeza y valorara por fin lo que tenía. Clementina, indiferente, fue adonde la llevaron. Hacía frío y ella estaba bastante hambrienta. En la casa le dieron la bienvenida dos niños, primos suyos de su edad más o menos. Estaban charlando y riéndose a carcajadas con sus padres y abuelos. Todos estaban contentos y alegres.
Lo que se encontró para cenar eran sólo unas rebanadas de pan con aceite y una sopa de ajo con garbanzos. Sin embargo el hambre, el ambiente y el cariño que reinaba en la casa hicieron de aquella cena el manjar más predilecto que había tastado jamás. Esa familia no tenía mucho dinero pero era muy unida. Los padres estuvieron presenten en la vida de los primos de Clementina, les dieron sus miradas, sus oídos y sus brazos siempre, sin preocuparse por mimarles demasiado. Clementina por primera vez pudo entender qué era lo que le faltaba a ella. Deseó cambiar todo lo que tenía por esa casita pobre y por el amor que en ella era el mayor tesoro. No obstante supo que aquello era imposible. No podía cambiar de padres ni modificar su forma de ver las cosas. Decidió aceptarles tal y como eran valorándoles y queriéndoles mucho. También estaba segura que a partir de aquel momento iba a visitar a sus tíos y a sus primos muy a menudo.
Pensó que si algún día iba a tener un niño le iba a dar todo el amor del mundo, todo lo que ella habría deseado recibir. Aquella idea le dio fuerza y le subió el ánimo. Fue como una especie de consuelo capaz de borrar todas las heridas del pasado y presente.
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