BOOKI

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jueves, 19 de abril de 2018

HISTORIA DEL NIÑO DESMEMORIADO


EL NIÑO DESMEMORIADO
Esta historia que os voy a explicar hoy, me la contó hace unos cuantos años doña Paula, la castañera que a los niños pobres les daba una castaña de propina.

Ya os conté que esta viejecita vivía en la buhardilla de mi casa. Su cuadro parecía de cuento o de muñecas. Tenía una sola habitación amplia y clara y en un rincón de ella, un cuarto muy pequeño; era la cocina, parecía de juguete, no cabían dos personas riéndose. Me gustaba mucho su casa, tenía cuatro baúles llenos de cosas viejas, dos muñecas antiguas -que conservaba de su niñez-, muchos libros de cuentos, una tortuga y un lorito.

Por todas estas cosas a mí me llamaba la atención su casa y como además era muy buena, yo con mis siete años, me hice muy amiga de doña Paula -que me llevaba setenta nada más de diferencia-.

La tortuga de doña Paula era muda y silenciosa, estaba muy flaca porque la viejecita era limpia como la nieve y no había una cucaracha en todo el cuarto.
El loro, para ser loro, no era muy charlatán, era un loro distinto a otros; de vez en cuando decía:

-¡Qué soledad tengo! ¡Qué soledad tengo!

Bueno, ya os he recordado quién era la buena doña Paula, paso a deciros la historia que me contó de El niño desmemoriado.
***
Esto era un niño huérfano (como los niños de los cuentos). Vivía con una tía. El niño, Isidro, era bueno, pero algo tonto; además todo se le olvidaba.

Le asustaba tanto ir al colegio como ir al dentista; se le olvidaban las letras y sus orejas eran el blanco de los dedos del maestro.

Un día le dijo su tía:

-Isidro, vete al molino y trae sólo un cuarto kilo de harina.

Y el niño, por el campo, iba caminando: Solo cuarto kilo, sólo cuarto kilo. Se paró donde regaban y recogían el grano. -Solo cuarto kilo, solo cuarto kilo.

Un campesino se acercó al niño, le tiró de la oreja y exclamó:

-¡No, mocoso! ¡Solo cuarto kilo, no! ¡Que salgan muchos cuartos de kilo! ¡Que salgan muchos! – volvió a decir amenazador.

A Isidrín, con el susto, se le olvidaron las palabras de su tía y solo recordaba aquellas últimas que oyó: Que salgan muchos.

-Que salgan muchos, que salgan muchos – iba diciendo sendero adelante.

Cruzó una aldea y había un entierro; por curiosidad se paró ante la casa, y cuando sacaban al pobre muerto, Isidrín dijo ensimismado:

-¡Que salgan muchos! ¡Que salgan muchos!

Le volvieron a coger el “soplillo” derecho y dándole una buena azotaina, le dijeron:

-¡Mal rapaz! ¡Pilluelo! ¡Que no salgan nunca! ¡Que no salgan nunca!

Siguió el niño hacia el molino con la oreja derecha como un tomate y las “posaderas” como otro tomate. Sentóse a descansar junto al río donde dos hombres se estaban bañando. ¡Que no salgan nunca! ¡Que no salgan nunca!, recitaba atolondrado. ¡Que no salgan nunca!

Y salió uno y dijo a Isidrín, mientras le retorcía las orejas:

-¡Granuja! ¡Maldiciones de burro no llegan al cielo! ¡Así como ha salido el uno que salga el otro!

- Así como ha salido el uno que salga el otro. Así como ha salido el uno que salga el otro – repetía Isidro ya camino adelante.

Andando, andando, tras todas estas venturas, llegó al molino en el momento en que el pobre molinero con un rastrillo se había sacado un ojo.

- Así como ha salido el uno que salga el otro. Así como ha salido el uno que salga el otro – llegó diciendo el niño desmemoriado.

-¡Vete de mis manos! ¡Rapaz cruel! ¡Te alegras de mi desgracia, mala hierba! No te conformas con verme tuerto y quieres que pierda el otro ojo. ¡Socorro! ¡Vecinos que me muero! ¡Ay, que me ha salido un ojo! 🟒

Su tía, intranquila, le esperaba con el horno encendido para hacer el pan.

Ya había estrellas alrededor de la luna, cuando sí pobre niño desmemoriado llegó sin la harina y con las orejas hinchadas.
***
Su tía no lo comprendía, no sabía tratar niños, no le dejó hablar, no le permitió explicarse. Le estuvo riñendo a gritos media hora, y después, le ató a la pata de la cama del cuarto oscuro.
Desde fuera se oyó decir a Isidrín, entre hipos, con voz húmeda de lágrimas:

-«Ángel de mi guarda, que “mala pata” he tenido, se me ha debido olvidar rezarte esta mañana…»
***
Así es, querido amiguitos, La aventura del niño desmemoriado. A mí, de pequeña, me gustaba que me la contase doña Paula, porque me agradaban los cuentos de pena y de risa.

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