BOOKI
sábado, 29 de diciembre de 2018
viernes, 28 de diciembre de 2018
jueves, 20 de diciembre de 2018
FELIZ NAVIDAD
FELICIDAD, FELICIDAD, FELICIDAD,
FELICIDAD Y MÁS FELICIDAD
PARA TODOS Y TODAS
EN ESTA NAVIDAD Y SIEMPRE.
BESAZOS.
MUUUUUUUUAAAAAAAK
viernes, 14 de diciembre de 2018
VILLANCICOS
Las canciones de Navidad infantiles, así como la mayoría de los villancicos, sientan sus raíces en un pasado remoto.
De hecho, muy pocos conocen a ciencia cierta cuándo aparecieron las
primeras canciones de Navidad, aunque la mayoría piensa que estos temas
surgieron en el seno de la Iglesia Católica, debido a su contenido
religioso.
Y
lo cierto es que no andan muy desacertados ya que la canción de Navidad
más antigua, o al menos la que más se le acerca, se remonta al siglo
IV, y se titula: “Jesus refulsit omnium”. Por supuesto, con el paso de los siglos la música se ha ido adaptando a los tiempos,
y las canciones navideñas también lo han hecho. Por eso, a los formales
cantos gregorianos de la época medieval le siguieron los alegres temas
del Renacimiento.
En España, por ejemplo, las canciones de Navidad también deben parte de su herencia a la ocupación musulmana,
ya que se considera que algunos de estos temas se desarrollaron sobre
todo en la región de Castilla durante la época de la conquista.
¿Qué son los villancicos?
Hoy todos cantamos los villancicos,
sin embargo, ¿sabes de dónde provienen? La palabra villancico se asocia
a las villas, que era como se le llamaba a los pueblos pequeños en el
pasado. De hecho, los villancicos eran las “canciones populares de Navidad”, una distinción que servía para diferenciarlas de los temas “oficiales” que promovía la Iglesia, de aires mucho más formales.
De
hecho, durante la época medieval los villancicos no tenían nada que ver
con la religión y ni siquiera con la Navidad propiamente dicha. Se
trataba más bien de canciones con las cuales los habitantes de los
pueblos describían lo que ocurría en su día a día. Otros villancicos eran un resumen de los acontecimientos más importantes que habían ocurrido en el pueblo a lo largo del año. Por tanto, podría decirse que eran una especie de noticiero musical.
No
obstante, por su melodía animada y sus letras llenas de significado
para la gente del pueblo, los villancicos ganaron popularidad
rápidamente. Así, algunos representantes del clero decidieron adaptar
algunas de esas canciones navideñas, añadiéndole temas de trasfondo
religioso.
De esta forma, los villancicos de Navidad entraron en las iglesias, y eran entonados durante la misa y los oficios religiosos.
Luego, los propios feligreses se encargaban de divulgar las canciones y
su mensaje, llevándolas a sus casas y cantándoselas a sus vecinos.
Así
fue como surgieron los villancicos modernos, temas que tienen un ritmo
pegadizo y un estribillo fácil de memorizar, pensados para cautivar a
todas las personas y unirlas bajo un mismo espíritu durante la Navidad.
¡¡¡NO TE PIERDAS ESTOS VILLANCICOS!!!
Ande, ande, ande la marimorena Villancico Navidad letra, Noel, Navideño/Fiesta En el Portal de Belen
jueves, 13 de diciembre de 2018
PAPIROS EN TERCERO
EL ALUMNADO DE TERCERO
HA REALIZADO
UN TALLER EN CLASE, IMPARTIDO
POR UNA MAMÁ.
HAN APRENDIDO DE
QUÉ PLANTA SALEN LOS PAPIROS
Y CÓMO SE ESCRIBÍAN.
Y TAMBIÉN HAN TRABAJADO
EL ALFABETO DE LOS JEROGLÍFICOS.
¡UNA DIVERTIDA E
INTERESANTE ACTIVIDAD!
LA AVENTURA DE VIVIR
ESTA ES LA CANCIÓN QUE
CANTAREMOS Y BAILAREMOS
EL PRÓXIMO DÍA DE LA PAZ.
¡¡¡PUEDES PRACTICARLA
ESTA NAVIDAD!!!
martes, 11 de diciembre de 2018
LA NOCHE DE REYES
Érase una vez una noche de Reyes.
1. Tres trozos de turrón, para Melchor, Gaspar y Baltasar. 2. Un par de zapatos para que sepan donde dejar los regalos.
3. Tres vasos de agua para Mechalbeló, Guasón el bromista y Barbas el peludo, los tres camellos de los Reyes Magos.
- ‘Oscar, que es hora de ir a la cama’. La mamá de Oscar llevó al pequeño a sus cama, le acostó y le sonrió.
- ‘Pero mami, yo quiero esperar despierto a los Reyes Magos ¿Cómo sabrán encontrarme?'.
- 'Eso depende de ti, de todos los niños, y de una pequeña estrelka fugaz…'
- '¿Quién es esa estrella fugaz?'.
Y la mamá de Oscar, le contó esta historia:
'Era una noche mágica, como la de hoy, pero hace mucho tiempo, del cielo caían copos de nieve blanca, como bailarinas bailando una canción, dejando a su paso un brillante manto blanco. Allá, en las alturas, en la casa de las estrellas, habían venido todas de reinos lejanos. Todas competían para ser las más brillante… Había una estrella muy roja, diciendo que era la mejor. Y otra plateada con cuerpo de hielo que despedía diamantes a su paso…
Pero de pronto, de entre todas las estrellas, se oyó una voz tímida que decía: ‘yo también quiero intentarlo’. Toda ese quedaron asombradas: la que hablaba, era una pequeña estrella, muy pequeña. Ninguna confiaba en ella, pero la estrellita cerró los ojos muy fuerte y pensó.. ‘soy brillante, soy brillante’… pero al abrir los ojos, sólo se oían las risas del resto…
Un golpe de viento la tiró, y cayó en un lugar oscuro… lleno de rocas… Y al tocar, descubrió que estaba dentro de una… ¡boca! Resultó ser la boca del Rey mago Baltasar. La estrella salió de la boca del rey, y descubrió que junto a él viajaban dos reyes magos más. A los Reyes les encantó la presencia de la estrella. Le preguntaron qué hace allí… y ella, avergonzada, dijo que se había caído del cielo.
El rey Baltasar le dijo que ella podía ayudarles. ¿Cómo?, dijo la estrella, ¡Si yo soy pequeña y apenas brillo!
- 'No eres pequeña- le dijo el rey mago- Serás la estrella de los niños, la que nos guíe hasta los deseos de los niños. Cierra los ojos y concéntrate…escucharás las voces de los niños pidiendo sus deseos. Tú nos llevarás hasta ellos…'
Y así fue. Desde entonces, la estrellita fugaz se encarga cada Navidad de llevar a los reyes Magos hasta los sueños de los niños. Cada vez brilla más y más, porque lo que hace brillar más a una estrellita, es su corazón.
EL ARBOLITO DE NAVIDAD
El arbolito de Navidad.
Érase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que había un
pueblecito. En ese pueblecito vivía una familia muy pobre. Cuando estaba
próxima la Navidad, ellos no sabían como celebrarla sin dinero.
Entonces
el padre de la familia empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero
para pasar la noche de Navidad compartiendo un pavo al horno con su
familia, disfrutando de la velada junto al fuego.
Decidió
que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así, al día
siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos
pinos.
Subió a la montaña, cortó cinco pinos y los cargó en su carroza para
venderlos en el mercado. Cuando sólo quedaban dos días para Navidad,
todavía nadie le había comprado ninguno de los pinos.
Finalmente,
decidió que puesta que nadie le iba a comprar los abetos, se los
regalaría a aquellas personas más pobres que su familia. La gente se
mostró muy agradecida ante el regalo.
La
noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el hombre recibió una gran
sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un arbolito pequeño.
Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había dejado eso en su puerta.
Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que haber sido
concedido por la buena obra que él había hecho regalando los abetos que
cortó en la montaña.
FIN
LA NAVIDAD DE SNOWY
LA NAVIDAD DE SNOWY
Ese
año, los niños estaban muy contentos, porque iban a tener una Blanca
Navidad. En efecto, poco antes de Nochebuena había caído una fuerte
nevada, y se esperaba que la nieve aguantase varios días antes de
derretirse.
Con la nieve todo estaba muy bonito, y además podían
patinar sobre el estanque helado, jugar a dejar huellas, o hacer un gran
muñeco de nieve. Eso era precisamente lo que habían hecho los niños del
barrio, y en lo alto de la colina había aparecido Snowy. Era un muñeco
gordinflón y sonriente, con un elegante sombrero de copa, una bonita
bufanda, una larga nariz de zanahoria, una gran sonrisa pintada en su
cara, y con ramitas como brazos.
Los niños estaban muy orgullosos
de Snowy, y les gustaba mucho jugar cerca de él. Se tiraban en trineo
desde lo alto de su colina, le usaban para que no les vieran cuando
jugaban al escondite, echaban carreras alrededor de él, y cuando hacían
guerras de nieve a su lado, su sonrisa bonachona les recordaba que no
tenían que tirar las bolas muy fuerte para no hacerse daño. Alguna vez,
cuando nadie miraba, Snowy, que era muy bromista, tiraba una bola de
nieve a algún niño despistado, que se quedaba muy sorprendido y sin
saber quién se la había arrojado.
Snowy se llevaba además muy bien
con los vecinos que pasaban por delante de él al ir y volver del
trabajo, y con los animalillos de un bosque cercano, sobre todo con los
pájaros, a los que les gustaba posarse en las ramas de sus brazos. Su
mejor amigo era un simpático pajarillo parlanchín llamado Birdie, que
cantaba de maravilla, y que mantenía a Snowy informado de todo lo que
pasaba en las partes del barrio que éste no alcanzaba a ver desde lo
alto de su colina.
A Snowy le gustaba sobre todo cuando Birdie le
hablaba de cómo iban preparándose sus amigos para el día de Navidad. Las
noches eran cada vez más alegres, con luces de colores que brillaban en
muchas de las casas, y con el sonido de los villancicos que los niños
cantaban con sus papás.
Llegó por fin la Nochebuena, y Snowy estaba disfrutando más que nunca
viendo todo lo que pasaba en el barrio. Por eso le extrañó ver que de
repente Birdie estaba triste. “¿Qué te pasa, buen amigo?” le pregunto
Snowy. “Que con lo bonita que es la Navidad, me da pena ver a los que
tienen problemas y no pueden disfrutarla como nosotros”. “¿Quién tiene
problemas, Birdie?” El pajarillo contestó “Cuando venía volando para
acá, he visto a Mamá Coneja, que me ha dicho que lleva toda la tarde
buscando comida para preparar una cena de Navidad a sus conejitos, pero
que con tanta nieve no encuentra nada”. Snowy también se puso triste,
pensando en que no podrían disfrutar de la Nochebuena esos suaves
conejitos que tanto le gustaba ver saltando a su alrededor.
De
repente, la gran sonrisa de Snowy se iluminó. “¡Birdie, ya tengo la
solución! Lleva a la madriguera de Mamá Coneja la gran zanahoria de mi
nariz, con eso podrán tener una estupenda cena de Navidad!” Birdie
exclamó contento “¡Qué gran idea!” Pero de pronto dijo preocupado
“¡Snowy, si hacemos eso, te vas a quedar sin nariz!”. Snowy respondió
sonriente “No importa, total, con tanto frío estoy siempre constipado.
¡Mejor, así no tendré que sonarme la nariz!”. Snowy acabó por convencer a
Birdie, que se encargó de llevar la gran zanahoria a Mamá Coneja. ¡Qué
contenta se puso! Y Snowy también cuando se lo contó Birdie.
“Mira,
Birdie” dijo Snowy, “Mientras estabas fuera, he pensado que podíamos
hacer más cosas para alegrar la Nochebuena a nuestros amigos. Por
ejemplo, podrías llevar mi sombrero al señor Rodríguez. Siempre me
saluda muy simpático cuando pasa, y tiene que pasar mucho frío en la
cabeza con esa calvorota que tiene”. Birdie le preguntó a su amigo Snowy
si no se le quedaría muy fría la cabeza a él, y Snowy le respondió que
no, que estaba bien así, y que en realidad lo que le preocupaba era que
igual dentro de unos días subiría algo la temperatura. Birdie se
entristeció, pensando que su amigo muñeco de nieve corría el peligro de
derretirse en cuanto asomaran los primeros rayos de sol, pero Snowy
interrumpió esos pensamientos diciendo con voz divertida: “¡Venga,
Birdie, que vuelas menos que una gallina! Vete ya, que al pobre señor
Rodríguez se le van a congelar las ideas. ¡Y vuelve rápido, que quedan
otros recaditos por hacer!”
CUENTOS DE NAVIDAD
EL NIÑO QUE LO QUERÍA TODO
Había
una vez un niño que se llamaba Jorge, su madre María y el padre Juan.
Cuando escribió la carta a los Reyes Magos, se pidió más de veinte
cosas.
Entonces su madre le dijo: Pero tú comprendes que… mira te voy a
decir que los Reyes Magos tienen camellos, no camiones, segundo, no te
caben en tu habitación, y, tercero, mira otros niños… tú piensa en los
otros niños, y no te enfades porque tienes que pedir menos.
El niño se enfadó y se fue a su habitación. Su padre le dijo a su
madre María: - ¡Ay!, se quiere pedir casi una tienda entera, y su
habitación está llena de juguetes... María dijo que sí con la cabeza. El
niño dijo con la voz baja: - Es verdad lo que ha dicho mamá, debo de
hacerles caso, soy muy malo.
Llegó la hora de ir al colegio y dijo la profesora: - Vamos a ver,
Jorge, dinos cuántas cosas te has pedido. Y dijo bajito: -Veinticinco.
La profesora se calló y no dijo nada pero cuando terminó la clase
todos se fueron y la señorita le dijo a Jorge que no tenía que pedir
tanto. Entonces Jorge decidió cambiar la carta que había escrito y pedirse quince cosas, en lugar de 25.
Cuando se lo contó a sus padres, éstos pensaron que no estaba mal el
cambio y le preguntaron que si el resto de regalos que había pedido los
iba a compartir con sus amigos. Jorge dijo: - No, porque son míos y no los quiero compartir.
Después de rectificar la carta a los Reyes de
Oriente llegó el momento de ir a comprar el arbol de Navidad y el
Belén. Pero cuando llegaron a la tienda, estaba agotada la decoración
navideña
Ante esto, Jorge vio una estrella desde la ventana
del coche y rezó: - Ya sé que no rezo mucho, perdón, pero quiero
encontrar un Belén y un árbol de Navidad. De pronto se les paró el
coche, se bajaron, y se les apareció un ángel que dijo a Jorge: - Has sido muy bueno en quitar cosas de la lista así que os daré el Belén y el árbol.
Pasaron tres minutos y continuó el ángel: - Miren en el maletero y
veréis. Mientras el ángel se fue. Juan dijo: - ¡Eh, muchas gracias! Pero,
¿qué pasa con el coche? Y dijo la madre: ¡Anda, si ya funciona! ¡Se ha
encendido solo! Y el padre dio las gracias de nuevo.
Por fin llegó el día tan esperado, el día de Reyes.
Cuando Jorge se levantó y fue a ver los regalos que le habían traído,
se llevó una gran sorpresa. Le habían traído las veinticinco cosas de la
lista.
Enseguida despertó a sus padres y les dijo que
quería repartir sus juguetes con los niños más pobres. Pasó una semana y
el niño trajo a casa a muchos niños que no tenían juguetes.
La madre de Jorge hizo el chocolate y pasteles
para todos. Todos fueron muy felices. Y colorín, colorado, este cuento
se ha acabado.
Las uvas de la suerte
Se acercaba el día de Nochevieja y el pequeño Alberto se había
propuesto conseguir comerse las 12 uvas al mismo tiempo que sonaban las
campanadas. Le habían dicho que tenía que hacerlo si quería tener suerte
en el año que empezaba.
– Y ¿cómo harás eso? – le preguntaba su prima Victoria – Eres tan tardón cuando comes…
– Pues muy fácil. Pienso entrenar y entrenar para hacerlo cada vez más rápido.
Tan dispuesto estaba a conseguirlo, que Alberto se compró tres racimos enormes de uvas en la frutería de debajo de su casa y con el cronónetro que le habían traído los Reyes el año pasado comenzó su entrenamiento.
El plan era el siguiente: Victoria, con una sartén y una cuchara de palo tenía que dar las 12 campanadas al mismo ritmo que lo hacían el reloj de la puerta del Sol. Mientras tanto, Alberto debía concentrarse en su objetivo: las doce uvas e introducirlas una a una en la boca, masticar durante dos o tres segundos, tragar a toda velocidad y al mismo tiempo ir preparándose para meter la siguiente uva en la boca, que sería masticada y tragada con la misma velocidad que la anterior. Esa era la teoría, pero en la práctica las cosas no eran tan sencillas.
Para empezar, la prima Victoria no daba las campanadas exactamente igual que el reloj de la puerta del Sol. A veces se ponía a pensar en las musarañas y era Alberto el que, ya sin uva en la boca tenía que recordarle que le tocaba dar una nueva campanada. Otras veces Victoria iba demasiado deprisa y no dejaba tiempo entre uva y uva. Pero lo que pasaba más a menudo era que se confundía al contar y tocaba 13 campanadas, o se le olvidaba una y entonces eran solo 11 campanadas. Aquello era un desastre.
Pero incluso cuando la prima Victoria lo hacía bien, aquello de comerse las uvas a tiempo era mucho más complicado de lo que parecía.
A veces Alberto acababa por metérselas todas juntas y para cuando su prima Victoria terminaba con las campanadas, las uvas de Alberto habían desaparecido de la mesa, pero estaban totalmente apelotonadas en la boca.
– Trata de tragarlas, Alberto, ¡que si no no vale!
Pero muchas veces el pequeño Alberto acababa escupiendo la mitad, incapaz de digerirlas.
– Esto es imposible, Alberto. Solo queda un día para la Nochevieja y a este paso no conseguirás comértelas todas.
– Pues tengo que hacerlo… ¡este año necesito mucha suerte!
– No seais supersticiosos, ¿qué tendrá que ver la suerte con las uvas? –exclamó la abuela Queta, que había estado observando a sus nietos.
Alberto y Victoria, que no tenían ni idea de qué era eso de las supersticiones escucharon atentamente a la abuela Queta. Esta les explicó que aquello de las uvas era una tradición española pero que en otros países se hacía otra cosa totalmente distinta.
– En Italia, por ejemplo, comen lentejas en Nochevieja. Y qué pensáis entonces, ¿que ningún italiano tiene suerte porque no ha comido uvas?
Alberto pensó en su amigo Fabrizzio, que era italiano y el mejor delantero de su equipo de fútbol. Fabrizzio tenía tanta suerte y era tan bueno que no había partido en el que no marcara un gol. Así que tuvo que reconocer que la abuela Queta tenía razón y que eso de que las uvas traían suerte no era más que una superstición.
– Así que ¿tendré suerte el próximo año aunque no me coma todas las uvas?
– Claro Alberto, mírame a mí. No me gustan las uvas y nunca las he comido. Y siempre he tenido mucha suerte.
– ¿No comes uvas? Eso es mentira, abuela – exclamó Victoria – Yo te he visto cada año estar pendiente de la televisión y comerte las 12.
La abuela Queta sonrió enigmáticamente y les llevó hasta su cuarto.
– Dejadme que os enseñe cuáles son mis uvas de la suerte – dijo mientras abría uno de los cajones de su mesilla.
Y allí en medio de sus medicinas y sus pulseras y anillos había una bolsa con algo que parecían uvas, pero que eran mucho más blanditas y verdes.
– Coged una, ¡están riquísimas!
Cuando Alberto y Victoria se metieron aquellas extrañas uvas en la boca descubrieron cuál era el secreto de la abuela Queta: ¡Aquellas uvas eran de gominola! ¡Y estaban buenísimas!
– Pero eso es trampa, abuela: ¡estas uvas son de mentira!
– Ya lo sé, pero nadie se da cuenta y así lo llevo haciendo toda la vida. Y como os he contado antes, siempre me he considerado una mujer con mucha suerte…
Alberto y Victoria tuvieron que reconocer que las uvas de la abuela estaban mucho más ricas que las de verdad y que además era mucho más fácil comérselas todas mientras duraban las campanadas.
Aquella Nochevieja, Alberto se comió las uvas de la abuela al son de las 12 campanadas. Y aunque aquellas uvas eran de mentirijilla, la suerte le acompañó durante todo el año. Sin embargo, Alberto era un niño al que le gustaba cumplir con todo lo que se proponía y durante los siguientes doce meses siguió entrenando con su prima Victoria para poder comerse las verdaderas uvas en Nochevieja.
¿Y lo consiguió? Por supuesto que sí, aunque tuvo que reconocer que las gominolas de la abuela Queta estaban mucho más ricas.
– Y ¿cómo harás eso? – le preguntaba su prima Victoria – Eres tan tardón cuando comes…
– Pues muy fácil. Pienso entrenar y entrenar para hacerlo cada vez más rápido.
Tan dispuesto estaba a conseguirlo, que Alberto se compró tres racimos enormes de uvas en la frutería de debajo de su casa y con el cronónetro que le habían traído los Reyes el año pasado comenzó su entrenamiento.
El plan era el siguiente: Victoria, con una sartén y una cuchara de palo tenía que dar las 12 campanadas al mismo ritmo que lo hacían el reloj de la puerta del Sol. Mientras tanto, Alberto debía concentrarse en su objetivo: las doce uvas e introducirlas una a una en la boca, masticar durante dos o tres segundos, tragar a toda velocidad y al mismo tiempo ir preparándose para meter la siguiente uva en la boca, que sería masticada y tragada con la misma velocidad que la anterior. Esa era la teoría, pero en la práctica las cosas no eran tan sencillas.
Para empezar, la prima Victoria no daba las campanadas exactamente igual que el reloj de la puerta del Sol. A veces se ponía a pensar en las musarañas y era Alberto el que, ya sin uva en la boca tenía que recordarle que le tocaba dar una nueva campanada. Otras veces Victoria iba demasiado deprisa y no dejaba tiempo entre uva y uva. Pero lo que pasaba más a menudo era que se confundía al contar y tocaba 13 campanadas, o se le olvidaba una y entonces eran solo 11 campanadas. Aquello era un desastre.
Pero incluso cuando la prima Victoria lo hacía bien, aquello de comerse las uvas a tiempo era mucho más complicado de lo que parecía.
A veces Alberto acababa por metérselas todas juntas y para cuando su prima Victoria terminaba con las campanadas, las uvas de Alberto habían desaparecido de la mesa, pero estaban totalmente apelotonadas en la boca.
– Trata de tragarlas, Alberto, ¡que si no no vale!
Pero muchas veces el pequeño Alberto acababa escupiendo la mitad, incapaz de digerirlas.
– Esto es imposible, Alberto. Solo queda un día para la Nochevieja y a este paso no conseguirás comértelas todas.
– Pues tengo que hacerlo… ¡este año necesito mucha suerte!
– No seais supersticiosos, ¿qué tendrá que ver la suerte con las uvas? –exclamó la abuela Queta, que había estado observando a sus nietos.
Alberto y Victoria, que no tenían ni idea de qué era eso de las supersticiones escucharon atentamente a la abuela Queta. Esta les explicó que aquello de las uvas era una tradición española pero que en otros países se hacía otra cosa totalmente distinta.
– En Italia, por ejemplo, comen lentejas en Nochevieja. Y qué pensáis entonces, ¿que ningún italiano tiene suerte porque no ha comido uvas?
Alberto pensó en su amigo Fabrizzio, que era italiano y el mejor delantero de su equipo de fútbol. Fabrizzio tenía tanta suerte y era tan bueno que no había partido en el que no marcara un gol. Así que tuvo que reconocer que la abuela Queta tenía razón y que eso de que las uvas traían suerte no era más que una superstición.
– Así que ¿tendré suerte el próximo año aunque no me coma todas las uvas?
– Claro Alberto, mírame a mí. No me gustan las uvas y nunca las he comido. Y siempre he tenido mucha suerte.
– ¿No comes uvas? Eso es mentira, abuela – exclamó Victoria – Yo te he visto cada año estar pendiente de la televisión y comerte las 12.
La abuela Queta sonrió enigmáticamente y les llevó hasta su cuarto.
– Dejadme que os enseñe cuáles son mis uvas de la suerte – dijo mientras abría uno de los cajones de su mesilla.
Y allí en medio de sus medicinas y sus pulseras y anillos había una bolsa con algo que parecían uvas, pero que eran mucho más blanditas y verdes.
– Coged una, ¡están riquísimas!
Cuando Alberto y Victoria se metieron aquellas extrañas uvas en la boca descubrieron cuál era el secreto de la abuela Queta: ¡Aquellas uvas eran de gominola! ¡Y estaban buenísimas!
– Pero eso es trampa, abuela: ¡estas uvas son de mentira!
– Ya lo sé, pero nadie se da cuenta y así lo llevo haciendo toda la vida. Y como os he contado antes, siempre me he considerado una mujer con mucha suerte…
Alberto y Victoria tuvieron que reconocer que las uvas de la abuela estaban mucho más ricas que las de verdad y que además era mucho más fácil comérselas todas mientras duraban las campanadas.
Aquella Nochevieja, Alberto se comió las uvas de la abuela al son de las 12 campanadas. Y aunque aquellas uvas eran de mentirijilla, la suerte le acompañó durante todo el año. Sin embargo, Alberto era un niño al que le gustaba cumplir con todo lo que se proponía y durante los siguientes doce meses siguió entrenando con su prima Victoria para poder comerse las verdaderas uvas en Nochevieja.
¿Y lo consiguió? Por supuesto que sí, aunque tuvo que reconocer que las gominolas de la abuela Queta estaban mucho más ricas.
La historia de los Reyes Magos
Un buen día, Melchor un rey europeo, de larga barba
era blanca, tan larga como su inteligencia estaba mirando las estrellas
desde su palacio. De pronto vio una estrella fugaz, que se detuvo arriba
en el firmamento y brilló más que las demás. Melchor se sintió tan
intrigado que decidió encaminarse hacia el horizonte para verla más
cerca. Cabalgó sobre su camello y partió de viaje.
Gaspar, reinaba en Asia, sus cabellos y barba eran
castallos y, como Melchor era un hombre de gran sabiduría. Él también
vio la estrella desde su castillo y sin pensárselo dos veces, montó
sobre su camello y emprendió la marcha tras la preciosa luz.
En África, otro rey famoso por sus predicciones astrológicas, se encontraba mirando el firmamento. Su nombre era Baltasar
y sobre él se posó también la brillante estrella. Melchor corrió a sus
establos, montó a lomos de su camello y se encaminó tras la brillante
estrella.
Al cabo de unos días de viaje, los tres Reyes
se encontraron en el camino. Ambos comenzaron a hablar del firmamento y
de aquella nueva estrella que les atraía poderosamente. Los tres
llegaron a la misma conclusión: la estrella les llevaría al nacimiento
de un nuevo rey, un Rey de Reyes.
Todos estuvieron de acuerdo que un rey de reyes necesitaba regalos dignos de su persona. Melchor decidió pues llevar oro, Gaspar Incienso y Baltasar mirra, los mejores presentes de la época.
Tras un largo viaje los Reyes Magos llegaron hasta Belén, justo allí
donde se había posado la estrella y encontraron con gran alegría y tal y
como habían pensado un bebé, con su madre María y su padre, José.
Melchor, Gaspar y Baltasar, se pusieron de rodillas frente al pesebre
donde dormía el Niño
y pusieron los regalos a sus pies.
El niño Jesús, se puso tan contento con su visita que otorgó a los tres Reyes Magos el don de la vida eterna y la facultad de poder llevar regalos a todos los niños del mundo una vez al año.
¡¡¡QUÉ POQUITO QUEDA YA PARA
QUE LLEGUEN A TU CASA
LOS TRES REYES MAGOS!!!
ÁRBOL DE NAVIDAD, ¿NATURAL O ARTIFICIAL?
ÁRBOL DE NAVIDAD, ¿NATURAL O ARTIFICIAL?
Cuando vamos a comprar un árbol
de Navidad tenemos tres opciones:
- · Cortar un árbol en el bosque. Esta es la opción menos correcta, porque no se pueden cortar árboles. Está perseguido y castigado por la ley.
- · Comprar un árbol en un vivero. Esta opción es adecuada, porque sabemos que ha sido cultivado allí.
- · Comprar un árbol artificial o de plástico en una tienda. La opción más elegida en los últimos años, porque no causa ningún daño a la naturaleza.
¿CON CUÁL TE QUEDAS TÚ?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)