BOOKI

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sábado, 31 de diciembre de 2016

FELIZ AÑO NUEVO 2017


NOCHE DE REYES


Érase una vez una noche de Reyes.

Reyes Magos
En todas las casas, los niños dormían plácidamente, soñando con los regalos que habían escrito en sus cartas a los Reyes Magos. Pero en una de esas casas un niño, Oscar, no podía dormir Estaba tan nervioso que no paraba de correr de su cama al comedor y del comedor a su cama, para ver que todo estuviera en sus sitio:
1. Tres trozos de turrón, para Melchor, Gaspar y Baltasar. 2. Un par de zapatos para que sepan donde dejar los regalos.
3. Tres vasos de agua para Mechalbeló, Guasón el bromista y Barbas el peludo, los tres camellos de los Reyes Magos.
- ‘Oscar, que es hora de ir a la cama’. La mamá de Oscar llevó al pequeño a sus cama, le acostó y le sonrió.
- ‘Pero mami, yo quiero esperar despierto a los Reyes Magos ¿Cómo sabrán encontrarme?'.
- 'Eso depende de ti, de todos los niños, y de una pequeña estrelka fugaz…'
- '¿Quién es esa estrella fugaz?'.
 Y la mamá de Oscar, le contó esta historia:
'Era una noche mágica, como la de hoy, pero hace mucho tiempo, del cielo caían copos de nieve blanca, como bailarinas bailando una canción, dejando a su paso un brillante manto blanco. Allá, en las alturas, en la casa de las estrellas, habían venido todas de reinos lejanos. Todas competían para ser las más brillante… Había una estrella muy roja, diciendo que era la mejor. Y otra plateada con cuerpo de hielo que despedía diamantes a su paso…
Pero de pronto, de entre todas las estrellas, se oyó una voz tímida que decía: ‘yo también quiero intentarlo’. Toda ese quedaron asombradas: la que hablaba, era una pequeña estrella, muy pequeña. Ninguna confiaba en ella, pero la estrellita cerró los ojos muy fuerte y pensó.. ‘soy brillante, soy brillante’… pero al abrir los ojos, sólo se oían las risas del resto…
Un golpe de viento la tiró, y cayó en un lugar oscuro… lleno de rocas… Y al tocar, descubrió que estaba dentro de una… ¡boca! Resultó ser la boca del Rey mago Baltasar. La estrella salió de la boca del rey, y descubrió que junto a él viajaban dos reyes magos más. A los Reyes  les encantó la presencia de la estrella. Le preguntaron qué hace allí… y ella, avergonzada, dijo que se había caído del cielo.
El rey Baltasar le dijo que ella podía ayudarles. ¿Cómo?, dijo la estrella, ¡Si yo soy pequeña y apenas brillo!
- 'No eres pequeña- le dijo el rey mago- Serás la estrella de los niños, la que nos guíe hasta los deseos de los niños. Cierra los ojos y concéntrate…escucharás las voces de los niños pidiendo sus deseos. Tú nos llevarás hasta ellos…'
Y así fue. Desde entonces, la estrellita fugaz se encarga cada Navidad de llevar a los reyes Magos hasta los sueños de los niños. Cada vez brilla más y más, porque lo que hace brillar más a una estrellita, es su corazón.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

FELICES FIESTAS

¡¡¡ FELIZ NAVIDAD 
Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2017!!!

LA NAVIDAD DE SNOWY

LA NAVIDAD DE SNOWY

  
El año que mamá Noél repartió los regalos de NavidadEse año, los niños estaban muy contentos, porque iban a tener una Blanca Navidad. En efecto, poco antes de Nochebuena había caído una fuerte nevada, y se esperaba que la nieve aguantase varios días antes de derretirse.
Con la nieve todo estaba muy bonito, y además podían patinar sobre el estanque helado, jugar a dejar huellas, o hacer un gran muñeco de nieve. Eso era precisamente lo que habían hecho los niños del barrio, y en lo alto de la colina había aparecido Snowy. Era un muñeco gordinflón y sonriente, con un elegante sombrero de copa, una bonita bufanda, una larga nariz de zanahoria, una gran sonrisa pintada en su cara, y con ramitas como brazos.
Los niños estaban muy orgullosos de Snowy, y les gustaba mucho jugar cerca de él. Se tiraban en trineo desde lo alto de su colina, le usaban para que no les vieran cuando jugaban al escondite, echaban carreras alrededor de él, y cuando hacían guerras de nieve a su lado, su sonrisa bonachona les recordaba que no tenían que tirar las bolas muy fuerte para no hacerse daño. Alguna vez, cuando nadie miraba, Snowy, que era muy bromista, tiraba una bola de nieve a algún niño despistado, que se quedaba muy sorprendido y sin saber quién se la había arrojado.
Snowy se llevaba además muy bien con los vecinos que pasaban por delante de él al ir y volver del trabajo, y con los animalillos de un bosque cercano, sobre todo con los pájaros, a los que les gustaba posarse en las ramas de sus brazos. Su mejor amigo era un simpático pajarillo parlanchín llamado Birdie, que cantaba de maravilla, y que mantenía a Snowy informado de todo lo que  pasaba en las partes del barrio que éste no alcanzaba a ver desde lo alto de su colina.
A Snowy le gustaba sobre todo cuando Birdie le hablaba de cómo iban preparándose sus amigos para el día de Navidad. Las noches eran cada vez más alegres, con luces de colores que brillaban en muchas de las casas, y con el sonido de los villancicos que los niños cantaban con sus papás.

Llegó por fin la Nochebuena, y Snowy estaba disfrutando más que nunca viendo todo lo que pasaba en el barrio. Por eso le extrañó ver que de repente Birdie estaba triste. “¿Qué te pasa, buen amigo?” le pregunto Snowy. “Que con lo bonita que es la Navidad, me da pena ver a los que tienen problemas y no pueden disfrutarla como nosotros”. “¿Quién tiene problemas, Birdie?” El pajarillo contestó “Cuando venía volando para acá, he visto a Mamá Coneja, que me ha dicho que lleva toda la tarde buscando comida para preparar una cena de Navidad a sus conejitos, pero que con tanta nieve no encuentra nada”. Snowy también se puso triste, pensando en que no podrían disfrutar de la Nochebuena esos suaves conejitos que tanto le gustaba ver saltando a su alrededor.
De repente, la gran sonrisa de Snowy se iluminó. “¡Birdie, ya tengo la solución! Lleva a la madriguera de Mamá Coneja la gran zanahoria de mi nariz, con eso podrán tener una estupenda cena de Navidad!” Birdie exclamó contento “¡Qué gran idea!” Pero de pronto dijo preocupado “¡Snowy, si hacemos eso, te vas a quedar sin nariz!”. Snowy respondió sonriente “No importa, total, con tanto frío estoy siempre constipado. ¡Mejor, así no tendré que sonarme la nariz!”. Snowy acabó por convencer a Birdie, que se encargó de llevar la gran zanahoria a Mamá Coneja. ¡Qué contenta se puso! Y Snowy también cuando se lo contó Birdie.
“Mira, Birdie” dijo Snowy, “Mientras estabas fuera, he pensado que podíamos hacer más cosas para alegrar la Nochebuena a nuestros amigos. Por ejemplo, podrías llevar mi sombrero al señor Rodríguez. Siempre me saluda muy simpático cuando pasa, y tiene que pasar mucho frío en la cabeza con esa calvorota que tiene”. Birdie le preguntó a su amigo Snowy si no se le quedaría muy fría la cabeza a él, y Snowy le respondió que no, que estaba bien así, y que en realidad lo que le preocupaba era que igual dentro de unos días subiría algo la temperatura. Birdie se entristeció, pensando que su amigo muñeco de nieve corría el peligro de derretirse en cuanto asomaran los primeros rayos de sol, pero Snowy interrumpió esos pensamientos diciendo con voz divertida: “¡Venga, Birdie, que vuelas menos que una gallina! Vete ya, que al pobre señor Rodríguez  se le van a congelar las ideas. ¡Y vuelve rápido, que quedan otros recaditos por hacer!”

POEMAS DE NAVIDAD









POESÍAS DE NAVIDAD












EL ARBOLITO DE NAVIDAD


El arbolito de Navidad.


Érase una vez, hace mucho tiempo, una isla en la que había un pueblecito. En ese pueblecito vivía una familia muy pobre. Cuando estaba próxima la Navidad, ellos no sabían como celebrarla sin dinero.
Entonces el padre de la familia empezó a preguntarse cómo podía ganar dinero para pasar la noche de Navidad compartiendo un pavo al horno con su familia, disfrutando de la velada junto al fuego.


arbolito
Decidió que ganaría algo de dinero vendiendo árboles de Navidad. Así, al día siguiente se levantó muy temprano y se fue a la montaña a cortar algunos pinos. Subió a la montaña, cortó cinco pinos y los cargó en su carroza para venderlos en el mercado. Cuando sólo quedaban dos días para Navidad, todavía nadie le había comprado ninguno de los pinos.
Finalmente, decidió que puesta que nadie le iba a comprar los abetos, se los regalaría a aquellas personas más pobres que su familia. La gente se mostró muy agradecida ante el regalo.
La noche de Navidad, cuando regresó a su casa, el hombre recibió una gran sorpresa. Encima de la mesa había un pavo y al lado un arbolito pequeño.
Su esposa le explicó que alguien muy bondadoso había dejado eso en su puerta. Aquella noche el hombre supo que ese regalo tenía que haber sido concedido por la buena obra que él había hecho regalando los abetos que cortó en la montaña.
FIN

EL ÁNGEL DE NAVIDAD

EL ÁNGEL DE NAVIDAD

  
El año que mamá Noél repartió los regalos de NavidadÉrase una vez un angelito muy pequeñito, el angelito más pequeño que os podáis imaginar. Todos en el cielo le llamaban “chiquitín” aunque en realidad se llamaba Benjamín.
Benjamín siempre estaba preguntándole a su mamá:
- Oye mamá, ¿Cómo celebran los niños la Navidad en la Tierra?
- Por favor mami, déjame bajar a la Tierra para verlo. Y su madre  le decía: No Benjamín, eres aún demasiado pequeño para ir tú sólo a la Tierra.
- Oh por favor, por favor mamá, te prometo que no haré nada  malo y que volveré enseguida.
Tanto insistió que al final su madre le dijo:
- Está  bien te dejaré bajar a la Tierra a ver cómo celebran los niños la Navidad con la condición de que vuelvas rápidamente en cuanto pase el día 25 de diciembre.
- De acuerdo, te lo prometo, dijo Benjamín y se dispuso a hacer todos los preparativos para el viaje.
Al llegar la Nochebuena, el día 24 de diciembre, se despidió de todos  y se dispuso a bajar del Cielo. Fue volando entre las nubes moviendo sus alitas muy deprisa pues hacía un frío……y es que estaba empezando a nevar.
Se  cruzó con los renos de papá Noel que iban corriendo a toda velocidad surcando  el cielo tirando del trineo y oyó a papá Noel que desde lejos le saludaba:
- Oh oh oH hasta luego chiquitín, voy corriendo, no me puedo parar pues aún me quedan muchos niños a los que dejar su regalo.
- No te preocupes papá Noel voy a casa de unos niños, así que ya te veré luego, dijo Benajamín.
 Y siguió bajando y bajando y, según se acercaba a las casas empezó a volar más despacito para ver  en qué casa se iba a meter. Fue volando mirando por las ventanas y por fin se decidió por una casa en la que vivían dos niños. El mayor se llamaba Felipe y tenía cinco años y ya era muy bueno y responsable  y el pequeño, se llamaba Adrián, pero en casa todos le llamaban “piquirriqui”. Era muy rico, pero un poco llorón y caprichoso. Claro, es que  sólo tenía tres años recién cumplidos….

Pero al angelito Benjamín, cuando los vio  tan dormiditos en su cuarto, le  parecieron unos niños adorables y decidió quedarse en esa casa.
Buscó un hueco de la ventana que estaba abierto y por allí se metió, fue volando volando por el pasillo hasta que llegó a la puerta del salón de la casa, allí se paró y cuando empujó la puerta para entrar, se quedó sin palabras: ¡¡¡¡Allí  había  el árbol más bonito que había visto en su vida!!! Era tan grande que casi llegaba al techo, estaba lleno de bolas que brillaban y de luces de colores y abajo del todo estaba lleno de  los regalos que había dejado papá Noel esa noche.
De pronto, Benjamín oyó unos pasos que se acercaban corriendo al salón y las risas de los niños que venían cantando: 
¡¡¡25 de diciembre fun fun fun 25 Ya es Navidad!!!.
El angelito buscaba desesperado dónde esconderse para que no le vieran y no se le ocurrió nada mejor que quedarse muy quieto con las alas extendidas en lo alto del árbol de navidad como si fuera una figurita más.
Los niños entraron corriendo al salón, seguidos de sus papás y gritaron: 
-¡Mirad! Ha venido papá Noel. Mamá, papá ¿podemos abrir ya los regalos?.
- Sí claro, dijeron  sus papás, mira en este paquete pone tu nombre y en este otro pone el nombre de tu hermano.
Los niños abrieron todos los regalos, papá Noel les había traído lo que habían pedido y estaban muy contentos.
Benjamín los miraba desde lo alto del árbol sin mover ni un pelo para no ser descubierto pero, estaba tan feliz viéndoles, que no pudo evitar soltar unas risitas de felicidad.
Entonces, Adrián, el niño más pequeño, le vió y empezó a gritar:
-    Mamá, mamá ese angelito es de vedáaa, le he visto reírse.
-    Pero que cosas tienes, piquirriqui, es un angelito de cerámica, ¿cómo se va a reír?. Anda sigue jugando con tus juguetes nuevos.
Sin embargo, los niños al ratito de estar jugando empezaron a discutir:
-    Déjame el tren.
-    No, es mío.
-    ¡Eh! no cojas mi patinete, papá Noel me lo ha traído a mí.
-    Mentira que es mío.
-    ¡No toques mis fichas que me las vas a romper!.
-    Pues si no me lo dejas, me enfado y ya no juego contigo y acabaron los dos enfadados, cada uno en un extremo del salón.
-    ¡¡¡Se acabó!!! Dijeron mamá y papá enfadados,
-    Ahora mismo vamos a meter todos los juguetes en una bolsa y vamos a regalárselos a los niños que no tienen casa y papá noel no ha podido dejarles nada.
Felipe y Adrián se pusieron a llorar, sus padres les reñían enfadados y de pronto Adrián se dio cuenta de que le había caído una gotita de agua en la mano, miró hacia arriba y vio que eran las lágrimas de Benjamín.
Se calló de inmediato y acercándose a su hermano le dio un besito y le dijo: - ¡¡¡Perdón!!! A la vez que le dejaba su patinete nuevo.
El hermano mayor, que era muy bueno y responsable, le dio un super- mega abrazito “Crunch” y le dijo. Jugaremos los dos con todo por turnos, primero tú y luego me toca a mí, ¿vale?.
-    Muy bien, hijos, ¡¡¡así se hace!!!, dijeron los papás muy contentos:
-  Y ahora ¿qué os parece si en esta bolsa metemos los juguetes que queráis y nos vamos a regalárselos a los niños que no han tenido tanta suerte esta Navidad?.
El niño pequeño miró de reojo al angelito y vió que le sonreía y que le guiñaba un ojo y cuando al día siguiente todos andaban como locos buscando al angelito del árbol que había desaparecido y su máma le preguntó: 
-Piquirriqui ¿Has cogido tú el angelito que había en el árbol?
- El dijo muy convencido: No, se fue muy contento volando, volando, hasta el cielo.

CARTA A LOS REYES NAGOS

¿YA HAS ESCRITO TU CARTA
 A LOS REYES MAGOS?
NO TE PIERDAS ESTE CUENTO 
DE UNA CARTA MUY ESPECIAL...
CARTA A LOS REYES MAGOS

Carta a los Reyes Magos Rubén era un niño muy feliz. Sus papás y su hermano Óscar lo querían mucho y les encantaba hacer cosas juntos. También tenía muchos amigos con los que jugaba cada día, pero, su mejor amigo era Rusti, un perrito al que adoraba y con el que iba siempre a todos lados.

Quedaba muy poco para que llegase la Navidad y los niños ya pensaban en los regalos que iban a pedir ese año. Hablaban de nuevos juguetes, de chucherías, libros y un montón de cosas más.

Un día, mientras los amigos de Rubén jugaban en el parque, apareció el niño con Rusti. A todos les gustaba mucho jugar con el perro de Rubén:
- Rubén, ¡suelta a Rusti para que corra con nosotros! – le decían los niños
- Mis padres dicen que no lo puedo soltar. Rusti es pequeño aún y puede escaparse – les explicaba Rubén.

Pero los niños estaban empeñados en soltar a Rusti así que, al final, se salieron con la suya y convencieron a Rubén para que lo soltara.
Todos corrieron y jugaron con el perro de su amigo. Le tiraban piedras para que fuera a por ellas hasta que, de repente, Rusti se escapó.
Rubén lo llamaba a gritos y todos sus amigos lo buscaban por todos lados, pero Rusti no aparecía.

Rubén se fue a casa muy triste. Su mejor amigo se había ido y no sabía dónde encontrarlo. Le contó a sus padres muy avergonzado lo que había pasado por haberles desobedecido y entre todos buscaron a Rusti.
Pusieron carteles, preguntaron a todo el mundo y recorrieron todas las calles, pero Rusti no aparecía.

Al día siguiente, estando en el colegio, todos vieron lo triste que estaba Rubén. Ya no era el niño feliz que siempre estaba contento jugando con todos.

Ese día, la profesora les pidió que escribieran una carta a los Reyes Magos con lo tres regalos que más querían. Entonces, todos los niños escribieron sus cartas y las leyeron en voz alta.

A Rubén le tocó leer la suya el primero así que lo hizo muy triste:
- Yo este año sólo quiero pedir a los Reyes Magos una regalo: que encuentren a Rusti y me lo traigan de nuevo.
- Rubén, el ejercicio consistía en escribir tres regalos como, por ejemplo, un juguete, un libro y chucherías. Se que estás muy triste, pero los Reyes Magos no pueden traerte a Rusti – le dijo la profesora.

Los amigos de Rubén se dieron cuenta de que Rusti se había escapado por su culpa y de que Rubén estaba muy muy muy triste. Quisieron ayudarlo y, de repente, todos cambiaron sus cartas y las fueron leyendo en voz alta:
- Profesora, yo este año también quiero pedir sólo un regalo: quiero que los Reyes busquen a Rusti y que Rubén sea otra vez tan feliz . Seguro que los Reyes Magos son capaces de encontrarlo – leyó el primer niño
- ¡Yo quiero lo mismo! – dijo el siguiente niño

Y así, todos los niños pidieron en sus cartas a los Reyes Magos que Rubén recuperara a su perrito y esperaron con impaciencia a que llegara la noche de Reyes.

Carta a los Reyes MagosEsa mañana, cuando los niños despertaron en sus casas, vieron cómo todo estaba lleno de regalos. Estaban muy sorprendidos porque ellos no había pedido en sus cartas ningún juguete, pero todos encontraron una notita que decía:
"Habéis reconocido vuestro error eligiendo hacer feliz a un amigo antes que pedir cualquier juguete. Eso os hace unos niños buenos, así que aquí tenéis un montón de juguetes como agradecimiento y regalo."
Firmado: Los Reyes Magos

Cuando se despertó Rubén encontró también muchos regalos y juguetes. Había una caja más grande que se movía y cuando Rubén se acercó a abrirla, su amigo Rusti salió de la caja dando un salto de felicidad enorme.

- ¡Rusti! ¡Cuánto te he echado de menos! Prométeme que serás un perro bueno y no volverás a escaparte
- ¡Guau, guau! - ladró Rusti mientras daba un lametazo en la cara a Rubén.
Y por fin, Rubén y Rusti volvieron a estar juntos para no separarse nunca jamás.

CUENTOS NAVIDEÑOS



EL NIÑO QUE LO QUERÍA TODO

Había una vez un niño que se llamaba Jorge, su madre María y el padre Juan. Cuando escribió la carta a los Reyes Magos, se pidió más de veinte cosas.


El niño que lo quiere todo. Cuento de Navidad
Entonces su madre le dijo: Pero tú comprendes que… mira te voy a decir que los Reyes Magos tienen camellos, no camiones, segundo, no te caben en tu habitación, y, tercero, mira otros niños… tú piensa en los otros niños, y no te enfades porque tienes que pedir menos.
El niño se enfadó y se fue a su habitación. Su padre le dijo a su madre María: - ¡Ay!, se quiere pedir casi una tienda entera, y su habitación está llena de juguetes... María dijo que sí con la cabeza. El niño dijo con la voz baja: - Es verdad lo que ha dicho mamá, debo de hacerles caso, soy muy malo. Llegó la hora de ir al colegio y dijo la profesora: - Vamos a ver, Jorge, dinos cuántas cosas te has pedido. Y dijo bajito: -Veinticinco.
La profesora se calló y no dijo nada pero cuando terminó la clase todos se fueron y la señorita le dijo a Jorge que no tenía que pedir tanto. Entonces Jorge decidió cambiar la carta que había escrito y pedirse quince cosas, en lugar de 25.
Cuando se lo contó a sus padres, éstos pensaron que no estaba mal el cambio y le preguntaron que si el resto de regalos que había pedido los iba a compartir con sus amigos. Jorge dijo: - No, porque son míos y no los quiero compartir.
Después de rectificar la carta a los Reyes de Oriente llegó el momento de ir a comprar el  arbol de Navidad y el Belén. Pero cuando llegaron a la tienda, estaba agotada la  decoración navideña 
Ante esto, Jorge vio una estrella desde la ventana del coche y rezó: - Ya sé que no rezo mucho, perdón, pero quiero encontrar un  Belén y un árbol de Navidad. De pronto se les paró el coche, se bajaron, y se les apareció un ángel que dijo a Jorge: - Has sido muy bueno en quitar cosas de la lista así que os daré el Belén y el árbol.
Pasaron tres minutos y continuó el ángel: - Miren en el maletero y veréis. Mientras el ángel se fue. Juan dijo: - ¡Eh, muchas gracias! Pero, ¿qué pasa con el coche? Y dijo la madre: ¡Anda, si ya funciona! ¡Se ha encendido solo! Y el padre dio las gracias de nuevo.
Por fin llegó el día tan esperado, el día de Reyes. Cuando Jorge se levantó y fue a ver los regalos que le habían traído, se llevó una gran sorpresa. Le habían traído las veinticinco cosas de la lista.
Enseguida despertó a sus padres y les dijo que quería repartir sus juguetes con los niños más pobres. Pasó una semana y el niño trajo a casa a muchos niños que no tenían juguetes.
La madre de Jorge hizo el chocolate y pasteles para todos. Todos fueron muy felices. Y colorín, colorado, este cuento se ha  acabado.



Las uvas de la suerte




Se acercaba el día de Nochevieja y el pequeño Alberto se había propuesto conseguir comerse las 12 uvas al mismo tiempo que sonaban las campanadas. Le habían dicho que tenía que hacerlo si quería tener suerte en el año que empezaba.
– Y ¿cómo harás eso? – le preguntaba su prima Victoria – Eres tan tardón cuando comes…
– Pues muy fácil. Pienso entrenar y entrenar para hacerlo cada vez más rápido.

Tan dispuesto estaba a conseguirlo, que Alberto se compró tres racimos enormes de uvas en la frutería de debajo de su casa y con el cronónetro que le habían traído los Reyes el año pasado comenzó su entrenamiento.
El plan era el siguiente: Victoria, con una sartén y una cuchara de palo tenía que dar las 12 campanadas al mismo ritmo que lo hacían el reloj de la puerta del Sol. Mientras tanto, Alberto debía concentrarse en su objetivo: las doce uvas e introducirlas una a una en la boca, masticar durante dos o tres segundos, tragar a toda velocidad y al mismo tiempo ir preparándose para meter la siguiente uva en la boca, que sería masticada y tragada con la misma velocidad que la anterior. Esa era la teoría, pero en la práctica las cosas no eran tan sencillas.

Para empezar, la prima Victoria no daba las campanadas exactamente igual que el reloj de la puerta del Sol. A veces se ponía a pensar en las musarañas y era Alberto el que, ya sin uva en la boca tenía que recordarle que le tocaba dar una nueva campanada. Otras veces Victoria iba demasiado deprisa y no dejaba tiempo entre uva y uva. Pero lo que pasaba más a menudo era que se confundía al contar y tocaba 13 campanadas, o se le olvidaba una y entonces eran solo 11 campanadas. Aquello era un desastre.
Pero incluso cuando la prima Victoria lo hacía bien, aquello de comerse las uvas a tiempo era mucho más complicado de lo que parecía.
A veces Alberto acababa por metérselas todas juntas y para cuando su prima Victoria terminaba con las campanadas, las uvas de Alberto habían desaparecido de la mesa, pero estaban totalmente apelotonadas en la boca.
 – Trata de tragarlas, Alberto, ¡que si no no vale!
Pero muchas veces el pequeño Alberto acababa escupiendo la mitad, incapaz de digerirlas.
– Esto es imposible, Alberto. Solo queda un día para la Nochevieja y a este paso no conseguirás comértelas todas.
– Pues tengo que hacerlo… ¡este año necesito mucha suerte!
– No seais supersticiosos, ¿qué tendrá que ver la suerte con las uvas? –exclamó la abuela Queta, que había estado observando a sus nietos.
 Alberto y Victoria, que no tenían ni idea de qué era eso de las supersticiones escucharon atentamente a la abuela Queta. Esta les explicó que aquello de las uvas era una tradición española pero que en otros países se hacía otra cosa totalmente distinta.

– En Italia, por ejemplo, comen lentejas en Nochevieja. Y qué pensáis entonces, ¿que ningún italiano tiene suerte porque no ha comido uvas?
Alberto pensó en su amigo Fabrizzio, que era italiano y el mejor delantero de su equipo de fútbol. Fabrizzio tenía tanta suerte y era tan bueno que no había partido en el que no marcara un gol. Así que tuvo que reconocer que la abuela Queta tenía razón y que eso de que las uvas traían suerte no era más que una superstición.
 – Así que ¿tendré suerte el próximo año aunque no me coma todas las uvas?
 – Claro Alberto, mírame a mí. No me gustan las uvas y nunca las he comido. Y siempre he tenido mucha suerte.
– ¿No comes uvas? Eso es mentira, abuela – exclamó Victoria – Yo te he visto cada año estar pendiente de la televisión y comerte las 12.

La abuela Queta sonrió enigmáticamente y les llevó hasta su cuarto.
– Dejadme que os enseñe cuáles son mis uvas de la suerte – dijo mientras abría uno de los cajones de su mesilla.
Y allí en medio de sus medicinas y sus pulseras y anillos había una bolsa con algo que parecían uvas, pero que eran mucho más blanditas y verdes.
– Coged una, ¡están riquísimas!
Cuando Alberto y Victoria se metieron aquellas extrañas uvas en la boca descubrieron cuál era el secreto de la abuela Queta: ¡Aquellas uvas eran de gominola! ¡Y estaban buenísimas!
– Pero eso es trampa, abuela: ¡estas uvas son de mentira!
– Ya lo sé, pero nadie se da cuenta y así lo llevo haciendo toda la vida. Y como os he contado antes, siempre me he considerado una mujer con mucha suerte…

Alberto y Victoria tuvieron que reconocer que las uvas de la abuela estaban mucho más ricas que las de verdad y que además era mucho más fácil comérselas todas mientras duraban las campanadas.
Aquella Nochevieja, Alberto se comió las uvas de la abuela al son de las 12 campanadas. Y aunque aquellas uvas eran de mentirijilla, la suerte le acompañó durante todo el año. Sin embargo, Alberto era un niño al que le gustaba cumplir con todo lo que se proponía y durante los siguientes doce meses siguió entrenando con su prima Victoria para poder comerse las verdaderas uvas en Nochevieja.
 ¿Y lo consiguió? Por supuesto que sí, aunque tuvo que reconocer que las gominolas de la abuela Queta estaban mucho más ricas.



La historia de los Reyes Magos


La historia de los Reyes Magos
Un buen día, Melchor un rey europeo, de larga barba era blanca, tan larga como su inteligencia estaba mirando las estrellas desde su palacio. De pronto vio una estrella fugaz, que se detuvo arriba en el firmamento y brilló más que las demás. Melchor se sintió tan intrigado que decidió encaminarse hacia el horizonte para verla más cerca. Cabalgó sobre su camello y partió de viaje.
Gaspar, reinaba en Asia, sus cabellos y barba eran castallos y, como Melchor era un hombre de gran sabiduría. Él también vio la estrella desde su castillo y sin pensárselo dos veces, montó sobre su camello y emprendió la marcha tras la preciosa luz.
En África, otro rey famoso por sus predicciones astrológicas, se encontraba mirando el firmamento. Su nombre era Baltasar y sobre él se posó también la brillante estrella. Melchor corrió a sus establos, montó a lomos de su camello y se encaminó tras la brillante estrella. Al cabo de unos días de viaje, los tres Reyes se encontraron en el camino. Ambos comenzaron a hablar del firmamento y de aquella nueva estrella que les atraía poderosamente. Los tres llegaron a la misma conclusión: la estrella les llevaría al nacimiento de un nuevo rey, un Rey de Reyes.
Todos estuvieron de acuerdo que un rey de reyes necesitaba regalos dignos de su persona. Melchor decidió pues llevar oro, Gaspar Incienso y Baltasar mirra, los mejores presentes de la época.
Tras un largo viaje los Reyes Magos llegaron hasta Belén, justo allí donde se había posado la estrella y encontraron con gran alegría y tal y como habían pensado un bebé, con su madre María y su padre, José. Melchor, Gaspar y Baltasar, se pusieron de rodillas frente al pesebre donde dormía el Niño
 y pusieron los regalos a sus pies.
El niño Jesús, se puso tan contento con su visita que otorgó a los tres Reyes Magos el don de la vida eterna y la facultad de poder llevar regalos a todos los niños del mundo una vez al año.
¡¡¡QUÉ POQUITO QUEDA YA PARA 
QUE LLEGUEN A TU CASA
LOS TRES REYES MAGOS!!!

miércoles, 21 de diciembre de 2016

¡¡¡EMPIEZA EL INVIERNO!!!












EL PINTOR DE OTOÑO


YA HA TERMINADO EL OTOÑO.

NO TE PIERDAS ESTE CUENTO...

El pintor del otoño




El pintor que quiso pintar el otoño se fue un día al bosque con su maleta de trabajo. En ella traía todo lo necesario: tenía pinceles, un lienzo en blanco, una paleta de madera recién estrenada y todos los colores. Iba tan contento y aquel bosque era tan bonito, que no paraba de mirar por todas partes, emocionado con el paisaje:

– ¡Qué cielo! ¡Qué árboles! ¡Qué bonito voy a pintar el otoño!
Pero con lo que no contaba el pintor es con que empezara a llover. Para no mojarse, y evitar que se le estropeara su material, corrió a guarecerse bajo un puente, con tan mala suerte que al llegar junto al río tropezó y cayó al suelo estrepitosamente.
– ¡Mi maleta, mis colores! – gritó al ver cómo se los llevaba la corriente.
Y aunque fue muy rápido y trató de recuperarlos todos, apenas le quedaron unos cuantos: el rojo, el naranja, el marrón y el amarillo. Lejos de enfadarse, el pintor decidió que pintaría el otoño solo con aquellos colores y que aquel cuadro sería el más bonito de toda su carrera.
Y vaya si lo consiguió…

miércoles, 14 de diciembre de 2016

PUERTAS NAVIDEÑAS
















 TODAS LAS PUERTAS 
DE NUESTRO COLEGIO
ESTÁN DECORADAS 
CON MOTIVOS NAVIDEÑOS.
¡¡¡ESTÁN CHULÍSIMAS!!!